
29 de agosto de 2025 a las 10:05
¿México sin árbitro?
El circo político mexicano continúa su gira, y esta vez la función estelar la protagonizan Gerardo Fernández Noroña y Alejandro “Alito” Moreno. Un lamentable espectáculo de descalificaciones e insultos que, en lugar de abonar al diálogo y la construcción de acuerdos, nos recuerda la profunda crisis que atraviesa nuestra clase política. ¿Quiénes son los verdaderos perdedores en esta absurda contienda? Los ciudadanos, por supuesto. Aquellos que día a día enfrentan la cruda realidad de un país sumido en la inseguridad, la violencia y la ineficacia de un sistema que parece haber olvidado su propósito fundamental: servir al pueblo.
Noroña, con su paso fugaz y controvertido por la presidencia del Senado, demostró una incapacidad alarmante para la construcción de consensos. Su gestión, marcada por la agresividad y la intolerancia, convirtió la tribuna en un ring personal donde el respeto y la negociación brillaron por su ausencia. ¿Cómo exigir respeto a una investidura que uno mismo se encarga de mancillar con cada grito, con cada insulto? La investidura no se impone, se gana con trabajo, con diálogo y con la humildad de reconocer al otro como un igual.
Del otro lado del ring, "Alito" Moreno, un personaje que durante años ha jugado el papel de oponente “útil” para el oficialismo. Un sparring cómodo, una caricatura de enemigo que permitía al gobierno actual lucir sus golpes sin mayor riesgo. Pero la confrontación con Noroña parece haber alterado el guion. La 4T ha decidido ir tras él, buscando su desafuero junto al de otros legisladores. ¿Será este el inicio de una nueva cacería de brujas o simplemente un ajuste de cuentas en el tablero político?
Lo verdaderamente preocupante es que tanto Noroña como "Alito" Moreno representan la cara más oscura de la política mexicana: un Congreso convertido en un escenario de venganzas personales, insultos y peleas de barrio, mientras las verdaderas urgencias del país, como la seguridad, la salud y la justicia, permanecen relegadas a un segundo plano.
La actitud de Fernández Noroña hacia la prensa, como se evidenció en su entrevista con Lupita Juárez en Heraldo Radio, es otro ejemplo de su falta de respeto hacia las instituciones y la labor periodística. La agresividad y la descortesía no son sinónimos de razón, y el eludir las preguntas con insultos solo demuestra una incapacidad para el diálogo constructivo. El trabajo de los periodistas es preguntar, y la obligación de un servidor público es responder con respeto y transparencia, o al menos, guardar silencio.
La responsabilidad por la seguridad del fotógrafo Emiliano González González, presente durante la trifulca en la Comisión Permanente, recae directamente sobre Noroña. Incitar a la violencia, ya sea con palabras o con acciones, tiene consecuencias, y es imperativo que se asuman las responsabilidades que corresponden.
Mientras tanto, en Puebla, una bomba de tiempo amenaza con estallar. Un grupo de caciques, escudados en la defensa del agua, han creado un conflicto social que afecta a miles de personas. El bloqueo en la autopista México-Puebla es solo una muestra del poder que han acumulado estos supuestos líderes, quienes utilizan la manipulación y la violencia para mantener el control de un negocio que les resulta muy redituable.
Noroña y “Alito” Moreno son el reflejo de una clase política que se repite como un mal necesario. Dos gladiadores de cantina disfrazados de legisladores, enfrascados en una lucha estéril que solo beneficia a sus propios egos. Mientras ellos se desgarran las vestiduras, los mexicanos seguimos esperando políticos que dejen de actuar como bufones y asuman, de una vez por todas, la responsabilidad que les ha sido conferida. El país no puede vivir eternamente del pleito ni de la simulación. Necesitamos líderes que trabajen por el bien común, que construyan puentes en lugar de muros, y que entiendan que el verdadero poder reside en el servicio al pueblo.
Fuente: El Heraldo de México