
29 de agosto de 2025 a las 09:45
Decencia pública: ¿Nueva costumbre?
La política mexicana se encuentra en una encrucijada. Vemos cómo el debate público se ha degradado, transformándose en un espectáculo donde la confrontación y la polarización son los protagonistas. Figuras como Gerardo Fernández Noroña, con su estilo estridente y su retórica agresiva, se han convertido en el símbolo de esta preocupante tendencia. Su paso por la presidencia del Senado, lejos de ser un ejemplo de diálogo y construcción de consensos, fue una muestra más de cómo la política se ha alejado de las necesidades reales de la población. El uso de la violencia verbal, las descalificaciones y las insinuaciones peyorativas se han convertido en la norma, ocultando tras una cortina de humo los verdaderos problemas que aquejan a nuestro país.
La soberbia y el agandalle se impusieron durante su gestión, convirtiendo el Senado en un escenario donde el debate serio y la búsqueda de soluciones quedaron relegados a un segundo plano. Desde la tribuna hasta las redes sociales, Noroña ha protagonizado episodios de una violencia verbal escandalosa, agrediendo a quienes no comparten sus ideas y generando un clima de tensión que rebasa los límites de la política. He sido testigo directo de sus ataques. En 2019, durante una visita a mi estado, fui víctima de sus acusaciones infundadas y calumnias, incitando incluso a la violencia física en mi contra. Ante esta situación, decidí no callar y presenté las denuncias correspondientes ante las instancias legales. Mi objetivo no era la venganza, sino la defensa de la dignidad y el respeto en la política.
No soy la única que ha sufrido este tipo de agresiones. Muchos otros, dentro y fuera del ámbito político, han sido blanco de la retórica violenta de Noroña. Lo preocupante es la normalización de este comportamiento. Pareciera que la violencia verbal se ha convertido en una herramienta políticamente aceptable, e incluso deseable para algunos. La justificación de la “libertad de expresión” o la idea de que “el debate debe ser rudo” se utilizan como pretextos para minimizar e incluso justificar estos excesos.
Pero la violencia verbal no es el único problema. El estilo de vida de Noroña, con sus viajes en primera clase, hoteles de lujo y adquisiciones de bienes inmuebles y vehículos, contrasta con la austeridad que predica su partido y genera interrogantes sobre la congruencia entre su discurso y sus acciones. Estos excesos, lejos de ser anecdóticos, reflejan una preocupante desconexión entre la clase política y la realidad que viven millones de mexicanos.
Mientras tanto, los problemas reales del país, como la inseguridad, la corrupción y la difícil situación económica, quedan relegados. La polarización y el espectáculo político desvían la atención de los temas que realmente importan, impidiendo la construcción de soluciones y perpetuando un ciclo de confrontación estéril. La llegada de una mujer a la presidencia, lamentablemente, no ha significado un cambio en esta dinámica. La minimización de los excesos de Noroña bajo el argumento de la libertad de expresión demuestra una preocupante parcialidad y una falta de compromiso con la construcción de un debate público respetuoso y constructivo.
Ante este panorama, la pregunta es: ¿qué podemos hacer? No podemos permitir que la violencia, la soberbia y el cinismo se apoderen de la política. Debemos alzar la voz y exigir un cambio. El camino hacia una política más digna y democrática pasa por el fortalecimiento de las instituciones, el respeto a la ley y la promoción de un diálogo constructivo. No podemos resignarnos a la normalización de la violencia y la corrupción. Debemos seguir luchando por un México donde la dignidad y la decencia pública sean la regla, no la excepción. Es una lucha larga y difícil, pero estoy convencida de que, con la participación de todos, podemos lograrlo.
Fuente: El Heraldo de México