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29 de agosto de 2025 a las 09:30

¿Alito o Noroña: quién hunde más al Senado?

La confrontación en el Senado entre Alejandro Moreno y Gerardo Fernández Noroña nos obliga a reflexionar sobre la degradación del debate político en México. Más allá del intercambio de palabras y el empujón, lo verdaderamente preocupante es la normalización de la violencia como herramienta política. No se trata de justificar a ninguno de los involucrados, sino de entender que este tipo de incidentes erosionan la confianza ciudadana en las instituciones y desvirtúan la función primordial del Congreso: legislar para el bien común.

La violencia verbal, ejercida con frecuencia por Fernández Noroña, no puede ser excusa para responder con violencia física. Si bien algunos celebran la reacción de Moreno como una forma de "poner en su lugar" al diputado, es crucial recordar que la violencia nunca es la respuesta. El aplauso momentáneo se desvanece, pero el precedente de la agresión física permanece. La figura de Noroña, desde la presidencia de la Cámara Alta, se caracterizó por una actitud autoritaria e intolerante a la crítica, recordando episodios como la exigencia de disculpas públicas a un ciudadano que lo increpó en el aeropuerto. Estos comportamientos evidencian cómo el poder, sin control ni límites, puede distorsionar la percepción de la realidad y generar una sensación de impunidad.

La prepotencia mostrada por Noroña hacia senadores como Lilly Téllez y Federico Döring, así como sus ataques constantes a periodistas, en particular a Azucena Uresti, son ejemplos claros de un patrón de conducta que atenta contra la libertad de expresión y fomenta un ambiente de hostilidad. Es inaceptable que un representante popular utilice su plataforma para denostar y descalificar a quienes ejercen su derecho a la crítica.

El montaje posterior al incidente, con un supuesto colaborador de Moreno luciendo un collarín y un vendaje exagerado, no hizo más que ridiculizar la situación. Lejos de generar empatía, esta puesta en escena alimentó las burlas y la desconfianza. Se percibió como un intento desesperado por victimizar a Moreno y desviar la atención del verdadero problema: la falta de respeto y la agresividad que imperan en el Senado.

Es conveniente para Fernández Noroña que este escándalo eclipse otros temas, como la polémica adquisición de su residencia en Tepoztlán, valuada en millones de pesos. Esta incongruencia entre su discurso de austeridad y su estilo de vida alimenta la percepción de que la provocación y el ruido mediático son estrategias para evadir la rendición de cuentas.

Este incidente no es un caso aislado. Es un síntoma de la crisis que atraviesa la política mexicana, donde el espectáculo y la confrontación se imponen al diálogo y la construcción de consensos. La ciudadanía, hastiada de la polarización y la falta de resultados, observa con decepción cómo el Senado, espacio que debería ser símbolo de la democracia, se convierte en un escenario de pugnas personales y montajes burdos.

Debemos estar alerta ante la posibilidad de que este episodio se utilice políticamente para desestabilizar a Alejandro Moreno. La historia de la política mexicana está plagada de ejemplos donde el poder se usa como arma arrojadiza para eliminar adversarios, en lugar de instrumento para el bien común.

Es urgente recuperar la dignidad del debate político. México necesita representantes que privilegien el diálogo, el respeto y la búsqueda de soluciones a los problemas que afectan al país. El espectáculo de gritos y empujones solo profundiza la desconfianza y el desánimo de la ciudadanía. El Senado debe ser la casa de la democracia, no un circo romano.

Atentamente,

José Alfredo Ceja Rodríguez.

Académico Universidad Panamericana.

@ALFREDOCEJAR

Fuente: El Heraldo de México