La indignación y la tristeza se entrelazan ante el desgarrador caso de dos pequeños, de tan solo 4 y 6 años, víctimas de una crueldad inimaginable en el municipio de Los Reyes La Paz, Estado de México. Las paredes de su propio hogar, en lugar de ser un refugio, se convirtieron en el escenario de un horror perpetrado por quienes debían protegerlos: su madre y su padrastro.

Según los informes de la Fiscalía General de Justicia del Estado de México (FGJEM), los menores sufrían agresiones constantes por parte de Jorge Alberto “N”, su padrastro. Lo más aberrante es la supuesta complicidad de su madre, Stephany “N”, quien presenciaba las torturas sin intervenir, convirtiéndose en cómplice silenciosa del sufrimiento de sus propios hijos.

Las investigaciones revelan un catálogo de atrocidades que hiela la sangre. El pasado 5 de agosto, Jorge Alberto “N” no solo golpeó a los niños, sino que los sumergió en un tambo con agua, un acto de crueldad difícil de comprender. Días después, el mayor de los hermanos sufrió un nuevo episodio de tortura: su padrastro le quemó las manos, primero por supuestamente haber tomado un chocolate y luego, con un comal caliente, por no saber calentar tortillas. Imaginen el terror de ese pequeño, indefenso ante la brutalidad de un adulto.

Afortunadamente, la denuncia de un ciudadano anónimo puso fin a esta pesadilla. Las autoridades actuaron con celeridad, rescatando a los menores y deteniendo a los presuntos responsables. Los niños, en estado crítico, fueron puestos al cuidado de sus abuelos, quienes ahora tienen la ardua tarea de brindarles el amor y la seguridad que les fueron negados. Reciben atención médica y psicológica para intentar sanar las profundas heridas físicas y emocionales.

Mientras tanto, Stephany “N” y Jorge Alberto “N” se encuentran en el Centro de Preventivo y de Reinserción Social de Nezahualcóyotl, a la espera de que un juez determine su situación jurídica. La justicia deberá actuar con firmeza, aplicando todo el peso de la ley. La violencia familiar, especialmente contra menores de edad, es un delito abominable que no puede quedar impune. En este caso, la gravedad de los hechos, que incluyen tortura y lesiones graves, exige un castigo ejemplar. La omisión de auxilio por parte de la madre, su incapacidad para proteger a sus hijos, también debe ser severamente sancionada.

Este caso nos conmueve profundamente y nos obliga a reflexionar como sociedad. ¿Cómo es posible que ocurran estas atrocidades? ¿Cómo podemos prevenirlas? Es fundamental fortalecer las redes de apoyo a las familias, promover la cultura de la denuncia y garantizar que las instituciones actúen con prontitud y eficacia para proteger a los más vulnerables. No podemos permitir que la infancia de ningún niño sea robada por la violencia y la indiferencia. La justicia para estos pequeños es una exigencia de toda la sociedad. Su futuro, y el de tantos otros niños en situaciones similares, depende de nuestra capacidad para construir un mundo donde la protección y el amor sean la norma, no la excepción.