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28 de agosto de 2025 a las 09:40

Descubre la intimidad escénica de José Alberto Gallardo

Adentrarse en el Teatro El Galeón “Abraham Oceransky” para presenciar "Retorno Sofía Rosario" es sumergirse en una experiencia teatral que trasciende la mera representación. La obra, escrita y dirigida por José Alberto Gallardo, se convierte en un espejo fragmentado que refleja las complejidades de la memoria y el desarraigo. La noche que la presenciamos, la sorpresa fue mayúscula: en lugar de Rosa María Bianchi, esperada protagonista, nos encontramos con Dobrina Cristeva y Miguel Romero sobre las tablas. Un cambio que, posteriormente, supimos se debía a la alternancia de funciones entre ambos actores.

El Galeón, con su versatilidad escénica, se presta a la experimentación. La movilidad de la butaquería, en esta ocasión, no solo rompe con la convencionalidad, sino que dialoga con la escenografía, una construcción deliberadamente incompleta que simboliza la fractura de los recuerdos, ese desgarro que produce el alejamiento del lugar de origen. El espacio escénico se convierte así en un reflejo tangible de la nostalgia y el dolor de la pérdida, de una vida dejada atrás que pervive en fragmentos de memoria.

Gallardo teje la obra con maestría, aprovechando la experiencia vital de Cristeva y Bianchi, dos actrices que llegaron a México por caminos distintos, pero unidas por la experiencia de la migración. Dobrina, arrastrada por su madre, escapando del totalitarismo de la Europa del Este antes de la caída del Muro; Bianchi, una adolescente con el sueño de ser actriz, inconsciente de que al partir de Argentina también se ponía a salvo de la dictadura militar que se avecinaba.

Si bien la ausencia de Bianchi, interpretándose a sí misma en esta poética recreación de sus vivencias, se sintió, la actuación de Miguel Romero como María Rosa fue una revelación. Su interpretación, excepcionalmente fluida, transita entre lo femenino y lo masculino con una naturalidad asombrosa. Romero se desdobla, entra y sale de la ficción, habitando lo real dentro de la convención de lo imaginario.

La trama se desarrolla en torno a los ensayos de una obra. La escenografía incompleta, las actrices –en este caso, actriz y actor– se sumergen en el proceso de preparación, permitiendo que los fantasmas del pasado emerjan con toda su carga dramática. Dobrina revive el momento en que, siendo niña, su madre la aleja de Bulgaria, dejando atrás a su padre, a quien no volverá a ver en veinte años. El reencuentro, cargado de emotividad contenida, prescinde de lágrimas y abrazos. En las miradas y los gestos se percibe el reproche y el amor, pero la distancia es insalvable: han vivido en realidades distintas, se han convertido en extraños. Dobrina desconoce los años de privación de libertad que su padre padeció bajo el totalitarismo de la Europa del Este durante la Guerra Fría.

Paralelamente, María Rosa –o Rosa, la esencia de Rosa María Bianchi y su historia– se reencuentra con su mejor amiga, solo para escuchar que no estuvo presente cuando más la necesitaba, que no comprende la magnitud del sufrimiento vivido durante la dictadura militar argentina, con sus desapariciones, torturas y vigilancia constante, una época en la que los ciudadanos perdieron las garantías más básicas de la dignidad humana.

La obra es un mosaico de confusión, nostalgia, la sensación de estar en un lugar sin pertenecer a él, la incertidumbre sobre la propia identidad. Es la mirada distante hacia el país que se dejó atrás, el regreso a un lugar irreconocible. Rosa carga con el peso de las palabras de su hermano en una carta: “Mamá ha muerto”.

La otredad, esa sensación de no pertenecer, es una carga permanente. Aunque se acostumbren a la vida en el país que los acoge, nunca se integran completamente. En su identidad persiste un espacio habitado por el pasado, un pasado de sombras y confusión que los persigue implacablemente.

Las actuaciones de Cristeva y Romero son magistrales. La propuesta escénica de Gallardo, contemporánea y a la vez respetuosa de la tradición del buen teatro mexicano, reivindica una auténtica dirección de actores, un diseño escénico cargado de simbolismo y un texto que, al ser enunciado, se convierte en la verdad de los personajes. Personajes que representan a tantos otros seres humanos que, al emigrar, se ven obligados a desprenderse de una parte esencial de sí mismos: su identidad, sus amores, el paisaje familiar, todo su mundo. Un mundo que, tras la partida, jamás volverá a ser el mismo.

Una obra que invita a la reflexión sobre la experiencia del desarraigo y la complejidad de la identidad, una experiencia que resuena en lo más profundo del ser. No se la pierdan.

Fuente: El Heraldo de México