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28 de agosto de 2025 a las 09:41
Descartes 2.0: El prompt es mi ser.
En el vertiginoso avance de la era digital, el ejercicio del Derecho se encuentra en una encrucijada fascinante. La irrupción de la inteligencia artificial, con sus promesas de eficiencia y precisión, ha seducido a muchos profesionales del ámbito jurídico, quienes, parafraseando a Descartes, parecen haber adoptado el lema "prompteo, luego existo". Sin embargo, esta aparente simplificación del trabajo legal esconde una paradoja crucial: mientras más nos apoyamos en las sofisticadas consultas a la IA, más vulnerable se torna nuestra práctica profesional.
Las recientes sentencias del High Court británico en los casos Ayinde vs Haringey y Al-Haroun vs Qatar National Bank actúan como un llamado de atención, una señal de alerta que resuena con fuerza en la comunidad jurídica internacional. Estos casos no representan meros ejemplos aislados de negligencia profesional, sino que ilustran las peligrosas consecuencias de depositar una confianza ciega en las herramientas de Large Language Models (LLM). Estos sistemas, entrenados con cantidades ingentes de texto, son capaces de generar respuestas aparentemente coherentes y bien argumentadas, creando una ilusión de conocimiento jurídico que puede resultar engañosa.
Es fundamental comprender que los LLM son, en esencia, modelos probabilísticos. Predicen la siguiente palabra más probable en una secuencia, basándose en los patrones identificados durante su entrenamiento. No "comprenden" el derecho en el sentido humano del término; simplemente imitan estructuras lingüísticas que se asemejan al razonamiento jurídico. Esta distinción, a menudo ignorada en la vorágine de la práctica diaria, es la que los tribunales británicos han subrayado con tanta severidad.
El fenómeno de las "alucinaciones" de la IA, es decir, la generación de información plausible pero completamente falsa, no es un error de programación, una falla ocasional que pueda ser corregida con una simple actualización de software. Se trata, por el contrario, de una característica inherente a la propia naturaleza de estas tecnologías. Los casos citados inexistentes en las sentencias británicas son una manifestación clara de cómo funcionan estos sistemas, de sus limitaciones intrínsecas.
La facilidad para generar argumentos, realizar investigaciones y redactar documentos en cuestión de segundos ha creado una suerte de hedonismo tecnológico en el ámbito legal. La promesa de una eficiencia sin precedentes puede resultar embriagadora, pero, como demuestran los casos británicos, este atajo aparente puede conducir a un callejón sin salida profesional, plagado de riesgos éticos y legales.
La responsabilidad profesional no puede ser delegada a un algoritmo. Cada cita, cada precedente, cada argumento que presentamos ante un tribunal lleva nuestra firma, nuestro sello ético. Los LLM pueden ser herramientas poderosas, sin duda, pero jamás podrán sustituir el criterio jurídico humano, la capacidad de análisis y la ponderación de las circunstancias particulares de cada caso.
Instituciones como la American Bar Association, conscientes de la creciente influencia de la IA en el ejercicio del Derecho, han comenzado a establecer directrices claras para su uso responsable. La transparencia, la supervisión y la verificación son elementos clave en este nuevo paradigma. No basta con generar contenido; es imperativo validarlo rigurosamente contra fuentes autorizadas y asumir plena responsabilidad por su exactitud.
El verdadero desafío para la abogacía contemporánea no reside en dominar la tecnología, sino en preservar nuestra humanidad jurídica. Los algoritmos pueden procesar información a una velocidad asombrosa, pero carecen del juicio prudencial, de la empatía y de la comprensión del contexto social que definen nuestra profesión.
La lección que nos deja la jurisprudencia británica es contundente: el aparente subsidio intelectual que ofrecen los LLM debe ser compensado con un incremento proporcional en nuestro pensamiento estratégico y en la rigurosidad de nuestra verificación. La eficiencia tecnológica sin supervisión humana no es sinónimo de progreso; es, más bien, una forma de negligencia disfrazada de innovación.
Para las nuevas generaciones de abogados, la prioridad debe ser combatir este nuevo hedonismo digital, aprendiendo a utilizar la IA como un amplificador de nuestras capacidades, no como un sustituto de nuestro razonamiento. El futuro de nuestra profesión depende, en gran medida, de encontrar el equilibrio entre la potencia artificial y la sabiduría humana.
En definitiva, en el ejercicio del Derecho, no basta con "promptear" para existir profesionalmente; debemos pensar, analizar, verificar y, sobre todo, asumir la responsabilidad por cada palabra que presentamos ante la justicia.
Fuente: El Heraldo de México