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28 de agosto de 2025 a las 03:10
Bruja en la Alameda: ¿Ritual o realidad?
La oscuridad envuelve la Alameda Central, un manto de silencio roto solo por el distante rumor de la ciudad que nunca duerme. Las farolas proyectan sombras alargadas, creando una atmósfera casi onírica, y es en este escenario, digno de una leyenda gótica, donde se desarrolla la historia de Leobarda. No es un personaje de ficción, sino una mujer de carne y hueso, envuelta en un aura de misterio que ha cautivado la atención de miles en redes sociales.
El video viral, grabado por un transeúnte con la incredulidad palpable en cada pixel, muestra a una figura vestida completamente de negro. Un largo vestido que parece absorber la luz, un velo de encaje que oculta su rostro y una vela que parpadea, desafiando la oscuridad. Camina encorvada, con pasos lentos y deliberados, como si llevara el peso de siglos sobre sus hombros. Susurra palabras inaudibles, que la imaginación popular rápidamente transforma en conjuros y hechizos.
Leobarda no se esconde en las sombras. Recorre la Alameda con la naturalidad de quien pasea por su propio jardín, ajena a las miradas curiosas, a los murmullos atemorizados. No busca el anonimato, sino la soledad de la madrugada, la comunión con la energía de la ciudad dormida. Su presencia, sin embargo, no pasa desapercibida. Se ha convertido en una figura legendaria, un espectro tangible que habita el límite entre la realidad y el mito.
Los testimonios de quienes se han cruzado con ella alimentan la leyenda. Hablan de una mujer enigmática, que responde al nombre de Leobarda, y que guarda celosamente los secretos de sus rituales nocturnos. Se dice que deja ofrendas de fuego en puntos específicos de la Alameda, como si trazara un mapa invisible, un lenguaje secreto solo comprensible para ella y las fuerzas que invoca.
Pero más allá de la imagen imponente, de la atmósfera de misticismo que la rodea, se esconde una advertencia. Una frase que se repite en los susurros de la ciudad: "Soy Leobarda, continúen su camino o les mando a mis muertos". Una amenaza velada, un recordatorio de que hay límites que no deben cruzarse, un respeto que se debe guardar a lo desconocido.
Leobarda no busca el conflicto, no se mete con nadie, según afirman quienes la han visto. Su presencia es una declaración, una afirmación de la existencia de otras realidades, de otras formas de entender el mundo. Es un espejo que refleja nuestros propios miedos, nuestras fascinaciones por lo oculto, nuestra necesidad de creer en algo más allá de lo tangible.
En la era de la hiperconexión, donde la línea entre lo real y lo virtual se difumina cada vez más, la figura de Leobarda nos recuerda que el misterio sigue vivo, que la magia aún susurra en los rincones oscuros de la ciudad. Y mientras la madrugada cae sobre la Ciudad de México, Leobarda continúa su camino, custodiando los secretos de la noche, alimentando la leyenda que la envuelve. ¿Bruja, hechicera, o simplemente una mujer que busca la soledad en la inmensidad de la ciudad? El enigma permanece, alimentando la fascinación y el temor de quienes se atreven a contemplar su figura fantasmal bajo la pálida luz de la luna.
Fuente: El Heraldo de México