
27 de agosto de 2025 a las 15:05
Orizaba '73: El Terremoto Olvidado
La tierra rugió en la madrugada. Un monstruo invisible despertó bajo nuestros pies, sacudiendo con furia la tranquilidad del 28 de agosto de 1973. Si bien los terremotos de 1985 y 2017 dejaron cicatrices imborrables en la memoria colectiva de México, este gigante dormido, con epicentro cerca de Tierra Blanca, Veracruz, desató su poder con una magnitud de 7.3, dejando una estela de destrucción que aún resuena en los corazones de quienes lo vivieron. Aunque el tiempo ha difuminado su recuerdo en la narrativa nacional, en Veracruz y Puebla, la herida permanece abierta. Allí, en el silencio de la noche, la tierra se convulsionó, transformando hogares en escombros, sueños en pesadillas y la vida en un recuerdo.
Orizaba, bautizada con la triste etiqueta del "terremoto de Orizaba", se convirtió en el epicentro del dolor. Imaginen el horror: familias enteras sorprendidas en sus hogares, el crujir de las paredes, el polvo cegador y el rugido implacable de la tierra. Las calles, antes llenas de vida, se transformaron en un escenario de desesperación, cubiertas por los restos de lo que alguna vez fueron hogares, mientras las filas de féretros se convertían en un testimonio mudo de la tragedia. Las plazas públicas, convertidas en refugios improvisados, albergaban a quienes lo habían perdido todo, sus rostros marcados por el miedo y la incertidumbre.
Los reportes oficiales hablan de 539 vidas apagadas, una cifra fría que no puede abarcar la magnitud del sufrimiento. Miles de heridos, un número impreciso que esconde el dolor de las fracturas físicas y emocionales. Y los daños materiales, calculados en millones de pesos, representan la reconstrucción no solo de edificios, sino de vidas enteras. Sin embargo, se susurra que la cifra real de víctimas podría ser mucho mayor, un secreto guardado en las comunidades rurales, lejos del alcance de los registros oficiales.
Más allá de Orizaba, la onda expansiva del terremoto se extendió por Puebla, Tlaxcala, Guerrero y Morelos, dejando a su paso un panorama desolador. Incluso en la Ciudad de México, a cientos de kilómetros del epicentro, el temblor despertó a millones, un recordatorio de la fuerza implacable de la naturaleza.
Hoy, el terremoto de 1973 se mantiene vivo en las redes sociales, en las páginas locales de Puebla y Veracruz, donde fotos y videos rescatan del olvido la magnitud de la tragedia. No se trata solo de recordar, sino de aprender. De entender que la tierra, bajo su aparente quietud, guarda una fuerza descomunal que puede liberarse en cualquier momento. Es un llamado a la prevención, a la preparación, a la solidaridad que surge en los momentos más oscuros.
Los expertos coinciden: el terremoto de Orizaba fue el segundo más mortal en la historia de México, superado solo por la tragedia de 1985. Y aunque el tiempo lo haya relegado a un segundo plano en la memoria colectiva, quienes lo vivieron llevan consigo la lección más importante: la necesidad de estar siempre preparados, de saber qué hacer antes, durante y después de un terremoto. Porque la tierra puede volver a rugir, y cuando lo haga, debemos estar listos para enfrentarla. El recuerdo del terremoto de 1973 no es un monumento al pasado, sino una advertencia para el futuro. Una advertencia que no debemos olvidar.
Fuente: El Heraldo de México