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27 de agosto de 2025 a las 09:35

Noroña vs. ¿Quién?

La aparente soledad de Gerardo Fernández Noroña ante la polémica desatada por la revelación de su propiedad, una casa valuada en 12 millones de pesos, nos invita a reflexionar sobre la compleja relación entre discurso, práctica y percepción pública dentro del movimiento de la Cuarta Transformación. Si bien la ausencia de voces que salieran en su defensa no necesariamente implica una falta de simpatía hacia el todavía presidente del Senado, sí deja entrever una incomodidad palpable. Noroña, conocido por su agudeza verbal y su capacidad para el debate, se ha labrado una reputación de combativo, capaz de defenderse solo, sin necesidad de escuderos. Sin embargo, esta vez, la controversia parece haber tocado una fibra sensible dentro del propio movimiento.

La narrativa presidencial, reiterada una y otra vez en las mañaneras, insiste en la austeridad como principio fundamental de la 4T. Se dibuja una línea clara: el lujo y la ostentación son incompatibles con el servicio público. La adquisición de propiedades onerosas por parte de miembros del movimiento se convierte, bajo esta óptica, en una traición a los principios que lo sustentan. La justificación, si la hay, debe ser irrefutable: proveniencia de recursos previos a la incursión en la política o ingresos provenientes de negocios lícitos y comprobables. Cualquier otra explicación queda sujeta al escrutinio público y a la inevitable condena desde Palacio Nacional.

En el caso de Noroña, la discrepancia entre su discurso histórico y su realidad actual se convierte en el principal argumento en su contra. Resuenan con fuerza sus propias palabras, grabadas y difundidas en redes sociales, donde rechazaba los lujos, incluso los más pequeños, como viajar en categoría “premium” de Volaris. Ironías del destino, ahora se le cuestiona precisamente por un estilo de vida que parece contradecir sus proclamas de austeridad. Este contraste, más que las críticas de la oposición, es lo que verdaderamente erosiona su credibilidad.

El Noroña austero, crítico de los excesos de la clase política, se enfrenta al Noroña propietario de una casa millonaria. Esta contradicción interna se convierte en su peor enemigo, un némesis implacable que lo persigue con sus propias palabras. Su reciente afirmación, "no tengo obligación de ser austero", lejos de apaciguar la polémica, la aviva. Si bien es cierto que la austeridad no es una obligación legal, sí lo es, al menos en apariencia, para quienes han hecho de ella una bandera política.

La salida de Noroña de la presidencia del Senado no lo exime del debate. Su permanencia en Morena lo mantiene bajo la lupa de Palacio Nacional. La pregunta que queda flotando en el aire es si esta controversia tendrá consecuencias políticas a futuro. ¿Le pasarán factura? ¿Será este el inicio de un distanciamiento con el movimiento que lo cobijó? El tiempo, como siempre, tendrá la última palabra. Mientras tanto, la historia de Noroña se convierte en un ejemplo paradigmático de los riesgos que conlleva la incongruencia entre el discurso y la práctica en la arena política.

Fuente: El Heraldo de México