
Inicio > Noticias > Salud Mental
27 de agosto de 2025 a las 09:35
Conectados, pero solos: ¿La paradoja digital?
La inmediatez de la era digital nos ha alcanzado de lleno, impregnando hasta los rincones más íntimos de nuestra existencia, incluyendo nuestra salud mental. Ahora buscamos soluciones rápidas, descafeinadas, desechables, como un analgésico para el alma. En el pasado, lanzar una botella al mar con un mensaje era un acto de esperanza, una conexión con lo desconocido. Hoy, navegamos en la red lanzando preguntas al vacío, esperando respuestas instantáneas que calmen la incertidumbre. Pero, ¿quién está realmente del otro lado? No son profesionales de la salud mental disponibles las 24 horas, no hay un rostro, una voz, una mano amiga que nos ofrezca consuelo. Nos enfrentamos a un espectro digital, un eco de miles de años de conocimiento almacenado en el ciberespacio que nos devuelve una retroalimentación efímera, un placebo para el dolor del alma.
El caso de la hija de Laura Reiley, quien recurrió a ChatGPT antes de quitarse la vida, según relata la autora en su desgarrador ensayo publicado en el New York Times, pone de manifiesto la complejidad de esta problemática. Nos obliga a confrontar la dura realidad del acceso limitado a profesionales de la salud mental, las barreras económicas y la omnipresencia de la tecnología como una falsa promesa de consuelo. Consultamos al "Doctor Internet", esa entidad omnisciente a la que entregamos nuestra información más íntima sin exigirle responsabilidades, buscando respuestas que a menudo no llegan o, peor aún, nos conducen por caminos peligrosos.
La perspectiva de la maestra Concepción Zamora, egresada de la Facultad de Psicología de la UNAM, arroja luz sobre este fenómeno: la tecnología debe ser un complemento, no un sustituto. La esencia de la terapia radica en el vínculo humano, en la conexión empática entre paciente y terapeuta, en la posibilidad de explorar las raíces del sufrimiento en un espacio seguro y contenedor. No se trata simplemente de obtener respuestas, sino de comprender el porqué de nuestras preguntas.
Recuerdo una conversación con Pancho Teutli, un terapeuta de vasta experiencia, a quien le pregunté si las problemáticas de sus pacientes lo acompañaban fuera del consultorio. Su respuesta, meditada y profunda, llegó una semana después: sí, el peso de sus historias, sus luchas y sus esperanzas, se entrelazan con su propia vida. Esto nos habla de la verdadera implicación, del compromiso humano que va más allá de una consulta online.
El sufrimiento mental no tiene horarios, nos acecha en cualquier momento, irrumpe en nuestras vidas sin previo aviso. La depresión, ese "perro negro" que nos acompaña en las sombras, puede aparecer en una tarde de domingo, en el silencio de la madrugada, o tras una discusión, un mensaje, una llamada perdida. Algunos tienen la fortuna de contar con un apoyo, una red de contención. Otros, en su desesperación, se ven obligados a confiar sus miedos, sus angustias, su ira, a una inteligencia artificial incapaz de comprender la complejidad del ser humano.
Catherine Gildiner, en su libro "Buenos días, Monstruo", nos presenta el testimonio de una paciente que, con una crudeza conmovedora, describe la incomprensión de un ejecutivo que minimiza su sufrimiento. Ella, que ha atravesado la jungla de la vida a pie, con un hacha en la mano, abriéndose paso entre las tinieblas, conoce la profundidad del dolor, una experiencia que escapa a la comprensión de quien la observa desde la comodidad de su "papamóvil". Esta metáfora nos recuerda la importancia de la empatía, de la escucha atenta, de la validación del sufrimiento ajeno, algo que la tecnología, por muy sofisticada que sea, jamás podrá replicar.
En este mundo hiperconectado, donde la inmediatez reina, es crucial recordar la importancia del contacto humano, la necesidad de construir espacios de escucha y comprensión. La tecnología puede ser una herramienta valiosa, pero nunca podrá reemplazar la calidez de una mano amiga, la mirada comprensiva de un terapeuta, la palabra certera que nos ayuda a encontrar el camino de regreso a nosotros mismos.
Fuente: El Heraldo de México