La lluvia, esa invitada inesperada que a veces decide hacer acto de presencia en la vibrante Ciudad de México, nos recordó este sábado su poder para alterar, aunque sea brevemente, el ritmo frenético de la capital. El Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM), ese corazón palpitante que conecta a millones de personas con destinos cercanos y lejanos, experimentó un breve compás de espera debido a una precipitación moderada que, si bien duró apenas 10 minutos, fue suficiente para generar una reducción en la visibilidad de los pilotos.

Imaginen la escena: la lluvia repiqueteando contra los ventanales de la terminal, el cielo oscurecido por las nubes cargadas de agua, y la expectativa contenida de los pasajeros que esperaban ansiosos el anuncio de la salida de sus vuelos. La tensión, aunque momentánea, se podía palpar en el ambiente. El AICM Benito Juárez, siempre vigilante y previsor, actuó con la celeridad que lo caracteriza, priorizando la seguridad de todos los viajeros. La decisión de detener momentáneamente algunas operaciones de salida fue una medida preventiva, una muestra del compromiso inquebrantable con la seguridad que distingue a este importante centro de conexión aérea.

Afortunadamente, la lluvia, como una bailarina fugaz, se retiró con la misma rapidez con la que llegó, dejando tras de sí un aire fresco y renovado. Las operaciones, que habían quedado en suspenso por unos instantes, se reanudaron con normalidad. El AICM, a través de un comunicado conciso y tranquilizador, informó a la población que no se habían reportado encharcamientos, disipando así cualquier temor a mayores contratiempos.

Este episodio, aunque breve, nos recuerda la importancia de estar preparados ante cualquier eventualidad, especialmente cuando se trata de viajar. La recomendación del AICM a los pasajeros de llegar con tiempo y dar seguimiento a sus vuelos es un consejo valioso que siempre debemos tener presente. La puntualidad, en el contexto aeroportuario, no solo es una muestra de respeto hacia los demás viajeros y el personal del aeropuerto, sino también una estrategia para evitar la angustia y la incertidumbre que pueden generar los retrasos.

La Ciudad de México, con su clima impredecible, nos enseña a adaptarnos a los cambios, a convivir con la lluvia y el sol, con el frío y el calor. Y el AICM, como un reflejo de la ciudad a la que sirve, demuestra su capacidad de resiliencia, su habilidad para sortear los obstáculos y seguir adelante, conectando a personas y destinos, tejiendo la red invisible que une al mundo. Así que, la próxima vez que la lluvia decida visitar el aeropuerto, recordemos este episodio y apreciemos la eficiencia y la profesionalidad con la que el AICM enfrenta los desafíos, garantizando la seguridad y el bienestar de todos los que transitamos por sus pasillos. Y, por supuesto, no olvidemos llevar un paraguas.