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22 de agosto de 2025 a las 09:21

¡Últimas plazas!

La escasez, como bien señalan Mullainathan y Shafir, es una pesada losa que aplasta la felicidad y perpetúa un ciclo de insatisfacción. No se trata solo de la falta de recursos materiales, sino también de la angustia constante que genera, la sensación de no tener suficiente tiempo, energía, o incluso esperanza. Esta precariedad, a su vez, erosiona la capacidad de las personas para tomar decisiones racionales y a largo plazo, atrapándolas en una espiral de supervivencia que limita sus oportunidades de desarrollo personal y social. Es un círculo vicioso que se reproduce generación tras generación, perpetuando la desigualdad y socavando el tejido social.

En México, la histórica brecha entre ricos y pobres ha sido un obstáculo persistente para el progreso. Durante décadas, las políticas neoliberales exacerbaron estas disparidades, concentrando la riqueza en unas pocas manos mientras millones de mexicanos luchaban por cubrir sus necesidades básicas. En este contexto, la promesa de una transformación social que abordara frontalmente la desigualdad resonó profundamente en la población.

La Cuarta Transformación, con sus programas sociales y su enfoque en la redistribución de la riqueza, ha buscado romper este ciclo de escasez. Las cifras presentadas por la presidenta Sheinbaum, sobre la reducción de la pobreza y el aumento del salario mínimo, son indicadores importantes del impacto de estas políticas. Si bien es cierto que el debate sobre la efectividad y el alcance de estos programas continúa, es innegable que han brindado un respiro a millones de familias que antes vivían en la precariedad. La posibilidad de acceder a una alimentación adecuada, a servicios de salud y a una educación digna, por primera vez para muchos, representa un cambio significativo en sus vidas.

Más allá de las cifras, la verdadera transformación radica en la restitución de la dignidad. La escasez no solo priva de recursos materiales, sino que también mina la autoestima y la esperanza. Los programas sociales, al garantizar un mínimo de bienestar, permiten a las personas recuperar la confianza en sí mismas y en su capacidad para construir un futuro mejor. Este empoderamiento es fundamental para romper el círculo vicioso de la pobreza y la desigualdad.

Sin embargo, la construcción de una sociedad más justa es un proceso complejo y a largo plazo que requiere la participación de todos los sectores. La crítica constructiva y el debate informado son esenciales para perfeccionar las políticas públicas y asegurar su eficacia. La polarización y la descalificación, por el contrario, solo entorpecen el progreso y profundizan las divisiones. Como bien apunta Oscar Zapata Zonco, necesitamos una nueva racionalidad, un pensamiento más conciliador y propositivo que nos permita trabajar juntos en la construcción de un futuro mejor para todos. Es indispensable trascender la lógica del conflicto y la confrontación para enfocarnos en la búsqueda de soluciones comunes.

El trabajo, como fuente de riqueza y desarrollo personal, juega un papel crucial en este proceso. No se trata solo de generar ingresos, sino también de fomentar la creatividad, la innovación y el sentido de pertenencia a una comunidad. Es necesario desaprender los viejos hábitos de dependencia y paternalismo, y promover una cultura de la responsabilidad individual y colectiva.

La transformación social no es una tarea sencilla, requiere un cambio profundo en las estructuras y en las mentalidades. Es un proceso gradual que exige perseverancia, paciencia y la voluntad de construir un futuro más justo e inclusivo para todos los mexicanos. El camino aún es largo, pero los primeros pasos ya se han dado y la esperanza de un futuro mejor se renueva cada día.

Fuente: El Heraldo de México