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22 de agosto de 2025 a las 09:30
Freud tenía razón
El comportamiento autodestructivo, ese impulso casi magnético hacia el fracaso, es un fenómeno fascinante y perturbador. Como si de una polilla atraída por la llama se tratase, el individuo se precipita hacia la ruina, a menudo con una determinación que desconcierta. ¿Qué mecanismos psicológicos se esconden tras esta tendencia a sabotear las propias oportunidades, a dinamitar los puentes que conducen al éxito? Es una pregunta que nos interpela como profesionales de la salud mental y que nos obliga a explorar las profundidades del inconsciente.
La inseguridad, ese fantasma que nos susurra al oído que no somos lo suficientemente buenos, suele ser la compañera inseparable del autocastigo. Se manifiesta de maneras sutiles, a veces casi imperceptibles, pero con un poder corrosivo que mina la autoestima y nos empuja hacia una espiral descendente. Los actos fallidos, como los denominó Freud, son la expresión de este conflicto interno. Son esos tropiezos, esas equivocaciones aparentemente fortuitas, que en realidad revelan una lucha inconsciente entre nuestros deseos conscientes y los impulsos reprimidos que buscan el fracaso.
El caso de Andy López Beltrán, con su reciente controversia en Japón, ilustra de manera elocuente esta dinámica. El viaje, las compañías, la elección del hotel, la desafortunada carta pública… todos estos elementos, encajados como piezas de un puzzle, parecen dibujar la imagen de alguien que, quizás inconscientemente, buscaba la reprimenda, la desaprobación, el castigo. Es como si, a través de sus acciones, estuviera representando un drama interno, una lucha contra sus propios demonios.
La posible presencia de rasgos narcisistas en su personalidad añade otra capa de complejidad al análisis. El narcisismo, a menudo una máscara que oculta una profunda inseguridad, se caracteriza por una hipersensibilidad a la crítica y una necesidad imperiosa de admiración. Cualquier cuestionamiento, cualquier atisbo de desaprobación, se percibe como una amenaza insoportable que desencadena mecanismos de defensa, a veces autodestructivos.
La figura paterna, en estos casos, suele jugar un papel crucial. La búsqueda de aprobación, la necesidad de reconocimiento, puede transformarse en una rebelión inconsciente, una forma de desafiar la autoridad y, al mismo tiempo, autoinfligirse un castigo por esa rebeldía. Las relaciones familiares, con sus complejas dinámicas de poder y afecto, pueden convertirse en el escenario de este drama interno.
El futuro político de Andy López Beltrán es incierto. Pero más allá de las consecuencias políticas de este incidente, el caso nos invita a reflexionar sobre la fragilidad de la condición humana, sobre las fuerzas ocultas que nos impulsan a actuar en contra de nuestros propios intereses. Es un recordatorio de la importancia de comprender las complejas motivaciones que se esconden tras la conducta humana, de explorar el laberinto del inconsciente para desentrañar los misterios de la autodestrucción. Y en este sentido, como bien apuntaba Tere Vale, Freud, con su perspicaz análisis de la psique humana, sigue más vigente que nunca. El caso de Andy López Beltrán es un ejemplo más de cómo los actos fallidos, esos pequeños deslices que revelan las grietas de nuestra personalidad, pueden tener consecuencias de gran envergadura. Es una lección que nos invita a la introspección, a la reflexión sobre nuestras propias motivaciones y a la búsqueda de un equilibrio emocional que nos permita sortear las trampas de la autodestrucción.
Fuente: El Heraldo de México