
21 de agosto de 2025 a las 14:15
Acambay 1912: La tierra tembló y despertó al Edomex
El temblor de Acambay de 1912, un recordatorio estremecedor que se desvanece en la memoria colectiva, opacado por la magnitud de los sismos de 1985 y 2017. Sin embargo, este evento sísmico, ocurrido en plena vorágine revolucionaria, nos revela una verdad incómoda: la vulnerabilidad sísmica no se limita a las costas mexicanas. A 113 años de la tragedia, el eco de Acambay nos exige una reevaluación urgente del riesgo sísmico en el centro del país, una advertencia que resuena con mayor fuerza ante el crecimiento exponencial de la población y la complejidad de nuestra infraestructura.
Imaginen el amanecer de un martes 19 de noviembre de 1912. A las 7:55 am, la tierra ruge en Acambay, Estado de México. Un terremoto de 6.9 grados, originado no en las costas, sino en el corazón del país, sacude los cimientos de la nación, ya de por sí convulsionada por la Revolución. Edificios coloniales, casas de adobe y ladrillo, monumentos barrocos, se desploman como castillos de naipes, dejando un saldo de 140 vidas apagadas bajo los escombros. Acambay, Atlacomulco, El Oro, conforman un triángulo de destrucción, un escenario dantesco donde la intensidad X en la escala de Mercalli pinta un cuadro de devastación generalizada.
La peculiaridad de este sismo radica en su epicentro, localizado en el Eje Volcánico Transmexicano, una zona atravesada por fallas geológicas activas. Este evento demostró que el centro de México, incluida la Ciudad de México, no está exento del peligro sísmico. La cercanía del epicentro con la capital implica un tiempo de respuesta extremadamente corto ante un evento similar, un desafío para los sistemas de alerta temprana y una amenaza latente para millones de habitantes.
En aquel 1912, la Revolución Mexicana acaparaba la atención nacional. La lucha armada, la inestabilidad política, relegaron a un segundo plano la tragedia de Acambay. Los recursos destinados a la atención de la catástrofe fueron limitados, la reconstrucción se vio obstaculizada por los conflictos entre el gobierno federal y el estatal. La memoria del sismo se fue diluyendo, sepultada bajo el peso de la historia.
Hoy, la realidad demográfica y urbana del centro de México presenta un escenario radicalmente distinto. La población se ha multiplicado, la urbanización se ha densificado, la infraestructura se ha complejizado. Un sismo de la magnitud de Acambay en la actualidad tendría consecuencias devastadoras, una crisis humanitaria de proporciones inimaginables.
El terremoto de Acambay de 1912 no es solo un evento del pasado, es una lección pendiente. Nos recuerda la necesidad imperante de fortalecer la cultura de la prevención, de invertir en investigación y desarrollo de sistemas de alerta temprana, de actualizar los códigos de construcción y de planificar la respuesta ante emergencias. La memoria de Acambay debe ser un llamado a la acción, un recordatorio de que la tierra, bajo nuestros pies, puede despertar en cualquier momento. No podemos permitir que la historia se repita. Debemos estar preparados.
Fuente: El Heraldo de México