
20 de agosto de 2025 a las 09:30
Choque de Mundos
La llegada de Hernán Cortés a México-Tenochtitlán no fue un simple encuentro, sino el choque de dos mundos, un presagio cumplido. Desde Cozumel hasta las puertas de la gran ciudad, la expedición española avanzó como una fuerza inexorable, impulsada por la codicia disfrazada de fe, portando no solo armas de acero, sino también las invisibles y mortíferas enfermedades del Viejo Mundo. Imaginemos la escena: once naves surcando el Caribe, cargadas con soldados, caballos, cañones… una imagen imponente, una demostración de poderío tecnológico que contrastaba con la incertidumbre del territorio desconocido. ¿Qué pensaban aquellos hombres, aventurados en una empresa tan audaz? La ambición de riquezas y poder cegaba sus ojos ante lo desconocido, guiados por una convicción casi ciega en su destino.
Más allá de la superioridad militar, factores invisibles allanaron el camino de Cortés. El tifus, la viruela, el sarampión… enfermedades desconocidas para los habitantes de América, se convirtieron en armas silenciosas y devastadoras, debilitando a la población y sembrando el terror. A esto se sumaban las disputas internas entre los pueblos originarios, rivalidades que Cortés supo aprovechar con astucia para forjar alianzas y avanzar en su conquista.
El encuentro entre Moctezuma y Cortés, el 8 de noviembre de 1519, fue un momento cargado de simbolismo, un choque de culturas que marcaría el destino de ambos. Bernal Díaz del Castillo, testigo presencial, nos describe la escena con lujo de detalles: el emperador mexica, ataviado con sus mejores galas, recibiendo al conquistador español con toda la pompa y ceremonia. Un encuentro aparentemente cordial, pero en el que se ocultaba la tensión y la desconfianza. Dos líderes, dos visiones del mundo, frente a frente, sin saber que ese encuentro sellaría su destino.
Moctezuma, enquistado en sus rituales y profecías, y Cortés, audaz y pragmático, representan dos caras de una misma moneda, dos fuerzas opuestas destinadas a enfrentarse. El uno, aferrado a la tradición; el otro, impulsado por la ambición. Como el erizo y la zorra, cada uno con su estrategia, se estudiaron mutuamente, sin comprender del todo la magnitud del encuentro. Un juego de poder, de apariencias, en el que ambos estaban atrapados por sus propias creencias.
Este encuentro no fue un hecho aislado, sino el inicio de una tragedia, el preludio de la caída del imperio mexica y el nacimiento de una nueva era. La historia de Moctezuma y Cortés es una historia de ambición, de poder, de choque cultural y de destinos entrelazados. Una historia que nos recuerda la fragilidad de los imperios y la importancia de comprender las diferentes culturas, antes de juzgarlas y someterlas. Es, sin duda, un capítulo fundamental en la construcción de nuestra identidad, una identidad que se nutre de tres raíces: la indígena, la española y la africana, y que aún hoy, sigue buscando un equilibrio. ¿Cuándo reconoceremos plenamente el aporte de cada una de estas raíces y construiremos un futuro basado en el respeto y la comprensión mutua?
Fuente: El Heraldo de México