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19 de agosto de 2025 a las 09:10

Ucrania: ¿Trump cruzó la línea?

La promesa de soluciones rápidas y sencillas a problemas complejos, esa tentación a la que sucumben tantos líderes políticos, se revela una vez más como una quimera. Desde el optimismo desbordado de Fox con el conflicto en Chiapas, pasando por la cruzada contra la corrupción de López Obrador, hasta la más reciente apuesta de Trump por silenciar las armas en Ucrania y Gaza, la historia nos repite la misma lección: el voluntarismo, por sí solo, no basta. Y el anhelo del Nobel de la Paz, como guinda del pastel, no hace más que acentuar el contraste entre la ambición y la realidad.

El encuentro en Alaska entre Trump y Putin, lejos de ser el parteaguas anhelado, se convirtió en una muestra más de la intrincada madeja de la geopolítica. No solo no se materializó el cese al fuego, sino que la ausencia de un comunicado conjunto y la falta de diálogo con la prensa dejaron un vacío informativo que alimentó las especulaciones. La imagen de un Putin, acusado de crímenes de guerra por la Corte Penal Internacional, saliendo con una victoria, aunque menor, es una píldora difícil de tragar para Occidente. La justificación de Trump, argumentando ventajas estratégicas para una de las partes, suena a un intento desesperado por maquillar una realidad incómoda: Rusia continúa su ofensiva, los drones siguen surcando el cielo ucraniano, y la paz se vislumbra lejana.

En este escenario, la figura de Rubio, con su habilidad retórica, se erige como un dique contra la marea de críticas. Su capacidad para controlar los daños y moldear la narrativa se convierte en un activo invaluable para la administración Trump, una herramienta esencial para navegar las turbulentas aguas de la opinión pública. Sin embargo, ni la más elocuente retórica puede ocultar la fragilidad de los resultados.

La posterior reunión de Trump con Zelensky y los líderes europeos, un cónclave de alto nivel con la presencia de figuras como Von der Leyen, Merz, Macron, Meloni, Starmer, Stubb y Rutte, pone de manifiesto la complejidad del tablero ucraniano. La posible cesión de territorios –Crimea y el Donbas, esas regiones de habla rusa que se han convertido en el epicentro del conflicto–, las “garantías de seguridad” para Ucrania, el futuro de su ejército y la posibilidad de una cumbre trilateral entre Estados Unidos, Rusia y Ucrania son piezas de un rompecabezas que aún no encajan.

La sombra de la OTAN, con su artículo 5 y la promesa de defensa colectiva, planea sobre la mesa de negociaciones. ¿Se extenderá ese paraguas protector a Ucrania, aún sin ser miembro de la alianza? La exigencia rusa de reducir el ejército ucraniano al mínimo y limitar la asistencia militar occidental añade otra capa de complejidad a la ecuación.

Mientras tanto, el reloj sigue corriendo. La cordialidad del encuentro entre Trump y Zelensky, la ausencia de humillaciones públicas, ofrece un tenue rayo de esperanza. Pero la verdadera prueba reside en la capacidad de los líderes para traducir esa cordialidad en acciones concretas, en avances tangibles hacia la paz.

A pesar de la aparente coordinación entre Estados Unidos y Europa, y a pesar de la firmeza mostrada por Trump frente a las pretensiones rusas en Alaska, el final del conflicto en Ucrania sigue siendo una incógnita. Las palabras de Trump, “Pensé que iba a ser fácil, no lo es”, resuenan como un eco de la lección que la historia nos ha repetido una y otra vez: el voluntarismo tiene sus límites. La paz, esa anhelada meta, requiere mucho más que buenas intenciones. Requiere diplomacia, negociación, compromiso y, sobre todo, una dosis de realismo.

Fuente: El Heraldo de México