
19 de agosto de 2025 a las 09:30
Prepárate para el Caos Anual
La danza de la lluvia en la Ciudad de México se ha convertido, año tras año, en una sinfonía de caos. No es una danza ancestral que celebre la fertilidad de la tierra, sino un ballet acuático de autos varados, calles inundadas y ciudadanos frustrados. Las lluvias, bendición para el campo, se transforman en una maldición urbana que pone en evidencia la crónica falta de previsión y la desidia de las autoridades. Vivir en la capital durante la temporada de lluvias es una odisea digna de un relato kafkiano: el simple trayecto al trabajo se convierte en una aventura llena de incertidumbre, donde los charcos se transforman en lagunas y las coladeras, en géiseres improvisados.
Es cierto que la naturaleza es impredecible y que no podemos controlar la intensidad de las precipitaciones. Sin embargo, lo que sí podemos controlar es nuestra respuesta ante ellas. Otras metrópolis, conscientes de la fuerza de los elementos, han implementado soluciones ingeniosas e innovadoras. Tokio, con sus impresionantes túneles subterráneos, se ha convertido en un ejemplo de cómo la ingeniería puede domar la furia del agua. Copenhague, con su visión verde, ha transformado sus parques en reservorios naturales, integrando la naturaleza a la solución. Rotterdam, con su enfoque adaptable, ha creado espacios públicos que se transforman en zonas de absorción, demostrando una flexibilidad urbana admirable. Singapur, con su apuesta por la infraestructura verde, ha logrado no solo controlar las inundaciones, sino también recargar sus acuíferos, demostrando una visión a largo plazo. Estos ejemplos, lejos de ser excepciones, deberían ser la norma. Son la prueba fehaciente de que la convivencia armónica entre la ciudad y la naturaleza es posible.
Mientras tanto, en la Ciudad de México, seguimos aferrados a soluciones obsoletas y parches temporales. El Túnel Emisor Oriente, una obra de gran envergadura, se erige como un solitario monumento a la planificación a largo plazo, esperando en vano ser complementado por una red de infraestructuras que nunca llega. La inversión en drenaje, esa silenciosa y vital arteria de la ciudad, parece relegada a un segundo plano, olvidada en los laberintos del presupuesto. Menos del 1%, una cifra irrisoria que contrasta con los millones que se pierden cada año en daños materiales, paralización económica y problemas de salud pública. ¿Es acaso una muestra de miopía política o simplemente una falta de voluntad para abordar un problema crónico?
La respuesta, lamentablemente, parece encontrarse en la inercia política. Casi tres décadas bajo el mismo grupo político, primero con el PRD y ahora con Morena, han demostrado que la infraestructura hidráulica no es una prioridad. Se prefiere el brillo de las obras monumentales, la foto en el periódico, al trabajo silencioso y fundamental de mantener las venas de la ciudad libres de obstrucciones. Este abandono sistemático tiene un costo, un costo que pagamos todos los capitalinos cada verano. Un costo medido en horas perdidas en el tráfico, en daños a nuestros vehículos, en la angustia de ver nuestras casas inundadas, en la impotencia de sentirnos abandonados por quienes deberían velar por nuestro bienestar.
El caos no es inevitable. Es la consecuencia directa de decisiones, o mejor dicho, de la falta de ellas. Romper este ciclo requiere de una visión a largo plazo, de una apuesta decidida por la infraestructura, de una voluntad política que trascienda los periodos de gobierno y se enfoque en el bienestar real de los ciudadanos. La Ciudad de México merece más que promesas vacías y soluciones parche. Merece una transformación profunda que la prepare para los retos del futuro, una transformación que le permita bailar con la lluvia, no en un frenesí de caos, sino en una armonía de resiliencia y adaptación. El reto es enorme, pero no imposible. La pregunta es: ¿cuándo se tomará la decisión de enfrentarlo?
Fuente: El Heraldo de México