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19 de agosto de 2025 a las 03:20

El secreto ancestral contra los hombres lobo

Sumérjanse en un viaje a través del tiempo y las creencias populares, donde la realidad se entrelaza con lo mítico. Nos adentramos en el fascinante mundo de la Ley del Séptimo Hijo, una tradición arraigada en el corazón de Argentina, Chile y Paraguay, que perdura como un eco del pasado en el presente. Imaginen un mundo donde el nacimiento de un séptimo hijo varón era visto con temor, un presagio de transformación en una criatura de la noche, el temido lobizón. En los confines de la historia, entre los siglos XVII y XVIII, en las remotas fronteras entre Paraguay y Argentina, se tejieron historias de familias desesperadas que recurrían a medidas extremas para evitar la supuesta maldición. La sombra de la superstición se cernía sobre las comunidades, llevando a algunos a cometer actos impensables con tal de protegerse de la amenaza del hombre lobo.

Para comprender la génesis de esta ley, debemos retroceder en el tiempo, a una época en que las fronteras entre la realidad y el mito eran difusas. En aquellos tiempos, la figura del lobizón, una criatura mitad hombre mitad lobo, formaba parte del folclore popular, alimentando temores y supersticiones. El nacimiento de un séptimo hijo varón, según la creencia, lo convertía en portador de esta maldición, destinado a transformarse en una bestia feroz bajo la luz de la luna llena. Ante la posibilidad de esta metamorfosis, algunas familias tomaban la drástica decisión de acabar con la vida del niño para proteger a la comunidad de la amenaza que representaba.

Ante la crudeza de estas prácticas, surgió la necesidad de una intervención que pusiera fin a la violencia y protegiera la vida de los séptimos hijos. La solución, tan sorprendente como la propia leyenda, fue otorgarle al Presidente de la República la responsabilidad del padrinazgo del niño. De esta manera, el pequeño quedaba bajo la protección de la máxima autoridad del país, recibiendo el bautismo y la bendición de la Iglesia, y alejándolo simbólicamente de las garras de la maldición. Este acto, cargado de simbolismo, representó un pacto entre la tradición y la ley, entre el mito y la realidad.

Aunque los tiempos han cambiado y la creencia en los hombres lobo ha quedado relegada al ámbito de la fantasía, la Ley del Séptimo Hijo se mantiene vigente en Argentina y Chile, y se practica informalmente en Paraguay. Lo que en su origen fue una medida desesperada para proteger la vida de los niños, se ha transformado en una tradición llena de significado. Hoy en día, el padrinazgo presidencial representa un honor y un privilegio, otorgando al séptimo hijo beneficios como becas de estudio y un vínculo especial con el jefe de Estado.

En la actualidad, el proceso para solicitar el padrinazgo presidencial es similar en los tres países. Las familias deben demostrar un buen comportamiento social, el niño o niña debe ser el séptimo hijo biológico y no haber comenzado la escolarización. En Argentina, se añade el requisito de que el niño no haya sido bautizado previamente y no existe un límite de edad para la solicitud. La Ley del Séptimo Hijo, a pesar de sus orígenes oscuros, se ha convertido en un símbolo de esperanza y protección, un testimonio de cómo las antiguas creencias pueden transformarse y adaptarse a los tiempos modernos. Es un recordatorio de la rica historia y el folclore que dan forma a la identidad cultural de estos países sudamericanos.

Fuente: El Heraldo de México