
19 de agosto de 2025 a las 09:10
Domina tu destino
La idea de que uno puede hacer lo que quiera es una quimera, una fantasía que se desvanece con la misma rapidez con la que se pronuncia. Desde la infancia, en el seno familiar, esa frase aparentemente liberadora, "haz lo que quieras", suele ser un eufemismo cargado de ironía, un preludio a una reprimenda o una imposición disfrazada de libertad. Es el primer contacto con una realidad ineludible: la libertad absoluta es un espejismo.
Las normas, los límites y las restricciones nos acompañan a lo largo de nuestra formación. En la escuela, las reglas se convierten en el pilar de la convivencia, y su transgresión acarrea consecuencias que nos enseñan, a veces a un alto precio, que la libertad individual no puede existir sin un marco de respeto a los demás.
Esta lección se refuerza con la llegada a la adultez. La vida profesional nos sumerge en un mundo de jerarquías, protocolos y objetivos que debemos alcanzar. La creatividad y la innovación, a menudo, deben ajustarse a los parámetros establecidos, y la posibilidad de "hacer lo que uno quiera" queda relegada a un segundo plano, eclipsada por la necesidad de cumplir con las expectativas y responsabilidades.
Incluso en el ámbito personal, en la construcción de una relación de pareja y la formación de una familia, la renuncia a la propia voluntad se convierte en un acto de amor y compromiso. La convivencia implica ceder, negociar y encontrar un equilibrio entre las necesidades individuales y las del grupo. Insistir en "hacer lo que uno quiera" en este contexto puede ser la semilla de conflictos y desencuentros.
La política, a menudo, se presenta como un espacio donde las reglas parecen difuminarse. Sin embargo, incluso en este escenario, la idea de una libertad sin restricciones es una ilusión. La responsabilidad que conlleva el poder público implica un escrutinio constante, una rendición de cuentas ante la sociedad. Las acciones de quienes ostentan cargos públicos tienen repercusiones que van más allá del ámbito personal, y la justificación de "hacer lo que uno quiera" con el propio dinero resulta insuficiente, incluso frívola, ante la magnitud de las responsabilidades asumidas.
El caso de Luisa María Alcalde y su defensa de las acciones de miembros de su movimiento, amparados en la supuesta libertad de disponer de sus recursos como les plazca, ilustra la complejidad de este debate. Personajes como Andy y Beatriz Gutiérrez Müller, por su vínculo familiar con el presidente López Obrador, se encuentran bajo el foco de la opinión pública. Sus acciones, aunque realizadas con recursos propios, generan un impacto que trasciende lo individual, y la pretensión de "hacer lo que quieran" sin asumir las consecuencias de sus actos resulta, cuanto menos, ingenua.
Lo mismo sucede con otras figuras políticas como Adán Augusto, Ricardo Monreal o Sergio Gutiérrez Luna. Su posición los convierte en sujetos de escrutinio público, y sus acciones, aunque legalmente correctas, pueden generar un costo social y político que afecta su imagen y trayectoria. La libertad individual, en el ámbito público, debe ejercerse con responsabilidad y conciencia de las implicaciones que conlleva.
La idea de "hacer lo que uno quiera" sin consecuencias es una utopía. La vida en sociedad implica un constante equilibrio entre la libertad individual y el respeto a las normas, los límites y las responsabilidades. Pretender ignorar esta realidad es un ejercicio de autoengaño que, a la larga, termina cobrando factura. La política, como reflejo de la sociedad, no escapa a esta dinámica. La pretensión de inmunidad ante la crítica y el escrutinio público, amparada en la libertad individual, es una falacia que tarde o temprano se derrumba.
Fuente: El Heraldo de México