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19 de agosto de 2025 a las 09:05

Domina México con tu mensaje.

La reciente declaración de Donald Trump, afirmando que México "hace lo que les decimos que hagan", resuena con un eco histórico que nos obliga a una profunda introspección. Más allá de la indignación y la respuesta teatral del gobierno actual, es imperativo analizar con rigor la compleja dinámica de poder que ha marcado la relación bilateral entre México y Estados Unidos. Lejos de ser un hecho aislado, la sumisión a los designios del vecino del norte se revela como una constante a lo largo de nuestra historia, un patrón recurrente que se manifiesta en diferentes formas a través de los siglos.

Desde la pérdida de vastos territorios en el siglo XIX, plasmada en el Tratado de Guadalupe Hidalgo y la Venta de la Mesilla, hasta la injerencia en materia de seguridad en el siglo XXI con la Iniciativa Mérida, la sombra de la influencia estadounidense se proyecta sobre las decisiones soberanas de México. La narrativa oficial, a menudo edulcorada con términos como "cooperación estratégica" o "acuerdos bilaterales", busca disfrazar una realidad incómoda: la asimetría de poder que nos ha obligado a ceder en repetidas ocasiones ante las presiones, amenazas e imposiciones de un vecino con mayor capacidad militar, económica y diplomática.

La ocupación de Veracruz en 1914, la expedición punitiva de Pershing en 1916, el boicot económico tras la expropiación petrolera en 1938 y la presión migratoria en 2019, con el despliegue de la Guardia Nacional en la frontera sur, son ejemplos contundentes de cómo la soberanía mexicana se ha visto vulnerada a lo largo del tiempo. Incluso el programa Bracero, presentado como una iniciativa de cooperación, enmascaró la explotación de millones de trabajadores mexicanos en condiciones precarias.

La historia nos muestra un ciclo que se repite: Estados Unidos ejerce presión, México cede. Esta dinámica se ha mantenido a lo largo de los siglos, adaptándose a las circunstancias geopolíticas y económicas de cada época. Si en el siglo XIX la coerción se manifestó a través de la fuerza militar, en el siglo XX se sofisticó con el uso de instrumentos económicos y diplomáticos. En el siglo XXI, la presión se ejerce a través del comercio, la migración y la seguridad.

Ante este panorama, es crucial cuestionarnos si la respuesta del gobierno mexicano, enmarcada en un discurso nacionalista y populista, es suficiente para contrarrestar la influencia histórica de Estados Unidos. ¿Se trata de una defensa genuina de la soberanía o de una simple puesta en escena para apaciguar la indignación popular?

La verdadera independencia, dos siglos después, sigue siendo una asignatura pendiente. La construcción de una autonomía estratégica real requiere no solo de discursos grandilocuentes, sino de acciones concretas que permitan a México diversificar sus relaciones internacionales, fortalecer su economía y consolidar sus instituciones democráticas. De lo contrario, seguiremos atrapados en un ciclo de dependencia que limita nuestro desarrollo y compromete nuestro futuro. La reflexión sobre nuestra historia es el primer paso para romper con este patrón y construir un camino hacia una soberanía plena. Es hora de dejar de reaccionar a las imposiciones y comenzar a definir nuestro propio destino.

Es importante destacar que la subordinación no se limita a las esferas política y económica, sino que también permea la cultura y la identidad nacional. La influencia de la cultura estadounidense en México es innegable, y si bien el intercambio cultural puede ser enriquecedor, es fundamental fomentar y preservar nuestra propia identidad cultural. Debemos ser capaces de interactuar con el mundo sin perder nuestra esencia, sin renunciar a nuestra historia y nuestras tradiciones. La verdadera soberanía implica también la capacidad de definirnos a nosotros mismos, de construir nuestra propia narrativa y de proyectar nuestra voz en el escenario internacional.

Fuente: El Heraldo de México