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18 de agosto de 2025 a las 09:20

Trump se retira

La debacle en Alaska ha dejado al descubierto la verdadera cara del mandatario estadounidense. Lejos de la imagen de fuerza y determinación que proyecta, la reunión con Vladimir Putin reveló una figura titubeante, casi sumisa, ante el poderío del líder ruso. No solo claudicó ante la presión, sino que pareció rendirse ante la imponente figura de Putin, un antiguo espía de la KGB que, sin necesidad de recurrir a artimañas, lo dejó en evidencia ante la mirada atónita del mundo.

La puesta en escena, con la alfombra roja y el despliegue aéreo, se asemejaba más a un homenaje al líder ruso que a una reunión entre iguales. El anhelo de Trump de emular a figuras históricas como Roosevelt en Yalta se convirtió en una parodia, una caricatura de la diplomacia internacional. Putin, con su control del tiempo y la agenda, dictó el ritmo de la reunión, relegando a Trump a un papel secundario, casi irrelevante.

La comparecencia ante los medios fue aún más humillante. Rompiendo todos los protocolos, Putin tomó la palabra primero, marcando la línea narrativa. Trump, balbuceante y sin argumentos, se limitó a aceptar su derrota, hablando de "avances significativos" que no eran más que concesiones a los intereses de Moscú. La Casa Blanca, en un acto de sumisión inexplicable, pareció plegarse a la voluntad del Kremlin.

Estos "avances" no son sino la cristalización de los objetivos rusos: presionar al presidente ucraniano Zelensky para que ceda territorios y abandone la idea de unirse a la OTAN. Un yugo ruso sobre Ucrania, consentido por la inacción y la debilidad del presidente estadounidense.

La actitud de Trump en este conflicto, su incapacidad para defender la paz y proteger a la población civil ucraniana, solo puede explicarse por su evidente debilidad ante los regímenes autoritarios. Esta tendencia no se limita a Rusia. Desde Venezuela hasta Brasil, pasando por Bielorrusia y Arabia Saudita, la política exterior de Trump se caracteriza por una inconsistencia alarmante, priorizando intereses personales y económicos por encima de los valores democráticos y los derechos humanos.

Mientras ofrece recompensas por la captura de Maduro y sanciona al gobierno de Lula da Silva, guarda silencio ante las violaciones de derechos humanos en El Salvador y elogia a líderes autoritarios como Lukashenko. Su doble rasero es evidente, su moral, flexible y adaptable a las circunstancias.

La mayor contradicción, sin embargo, reside en su aspiración al Premio Nobel de la Paz. Mientras se promociona como un pacificador, ignora la tragedia humanitaria que se desarrolla en Gaza, bajo el despiadado liderazgo de Netanyahu. ¿Cómo puede aspirar a un premio de tal envergadura quien se muestra indiferente ante el sufrimiento de un pueblo?

Los acontecimientos en Alaska no son un hecho aislado, sino un reflejo de la decadencia de la política exterior estadounidense bajo el mandato de Trump. Lejos de ser un defensor de la democracia y los derechos humanos, se ha convertido en un cómplice de regímenes autoritarios, priorizando el poder y el beneficio personal por encima de los valores que deberían guiar la política internacional. Su rendición ante Putin es un símbolo de esta decadencia, una mancha en la historia de Estados Unidos que será difícil de borrar. El mundo observa con preocupación el declive de una potencia que alguna vez representó la esperanza de un mundo libre y justo.

Fuente: El Heraldo de México