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18 de agosto de 2025 a las 23:00

Maracanazo: La herida que aún duele

El "Maracanazo", como se conocería después, resonó en todo el mundo, no sólo por la inesperada victoria uruguaya, sino por el profundo impacto emocional que tuvo en Brasil. Imaginen la escena: el imponente Maracaná, un coloso de cemento recién construido, repleto de almas brasileñas vibrantes con la certeza de la victoria. La euforia previa al partido era palpable, se respiraba en el aire cargado de esperanza, en las calles engalanadas con los colores verde y amarillo, en los cánticos que resonaban desde la madrugada. La promesa del primer título mundial en casa, la consagración definitiva como potencia futbolística, flotaba en el ambiente.

Brasil había deslumbrado en el torneo, desplegando un fútbol ofensivo y arrollador. Habían goleado a México en el partido inaugural, y continuaron su marcha triunfal, alimentando la ilusión de una nación entera. La final, contra la siempre difícil Uruguay, se presentaba como una mera formalidad, la coronación de un sueño anhelado. Nadie, absolutamente nadie, contemplaba la posibilidad de la derrota. El empate les bastaba, sí, pero la victoria se daba por descontada.

Uruguay, por su parte, llegaba con la experiencia de su título de 1930 y la garra charrúa que siempre los caracterizó. Un equipo aguerrido, con figuras como Alcides Ghiggia y Juan Alberto Schiaffino, que sabían cómo jugar finales. Enfrentarse a un Brasil enardecido, en su propia casa y ante una multitud desbordante, era un desafío titánico, pero los uruguayos no se amilanaron.

El partido comenzó con la intensidad esperada. Brasil, empujado por su público, se lanzó al ataque en busca del gol que sentenciara el encuentro. Pero Uruguay, con una defensa sólida y ordenada, resistía los embates brasileños. El primer tiempo terminó sin goles, un resultado que comenzaba a inquietar a la afición local.

En el segundo tiempo, Brasil logró abrir el marcador, desatando la locura en el Maracaná. La fiesta parecía haber comenzado, la copa ya se sentía en las manos brasileñas. Sin embargo, Uruguay no se rindió. Con una mezcla de coraje y talento, lograron empatar el partido, silenciando a la multitud. El nerviosismo se apoderó del estadio, la alegría desbordante se transformó en una tensa expectativa.

Y entonces llegó el momento que quedaría grabado a fuego en la memoria colectiva. A pocos minutos del final, Alcides Ghiggia, en una jugada magistral, eludió al arquero brasileño y marcó el segundo gol para Uruguay. Un silencio sepulcral se apoderó del Maracaná. La incredulidad, la decepción, el dolor, se reflejaban en los rostros de los miles de aficionados brasileños. El sueño se había esfumado, la copa se les escapaba de las manos.

El "Maracanazo" no fue sólo un partido de fútbol, fue un evento que trascendió lo deportivo. Una lección de humildad para Brasil, un recordatorio de que en el fútbol, como en la vida, nada está escrito. Para Uruguay, fue la confirmación de su grandeza, una demostración de que la garra charrúa puede superar cualquier obstáculo. Un triunfo épico que se convirtió en leyenda, una historia que se sigue contando de generación en generación. Una herida abierta en el corazón de Brasil, una cicatriz que, a pesar del tiempo, aún recuerda la tarde en que el mundo entero fue testigo del "Maracanazo".

Fuente: El Heraldo de México