
18 de agosto de 2025 a las 09:25
Lucha feroz por el poder
La democracia estadounidense, tan a menudo idealizada como un faro de libertad y representación, se encuentra en una encrucijada. El gerrymandering, esa práctica que retuerce los mapas electorales como si fueran de plastilina, se ha convertido en un arma de doble filo, esgrimida con descaro por ambos partidos políticos en una lucha encarnizada por el poder. Lo que vimos en Texas, con legisladores demócratas huyendo como fugitivos para evitar la imposición de un mapa electoral favorable a los republicanos, es solo la punta del iceberg. Una punta afilada y preocupante que amenaza con desgarrar el tejido mismo de la representatividad.
No se trata de un juego nuevo. El gerrymandering, con su nombre que evoca a la salamandra política dibujada en Massachusetts hace más de dos siglos, ha sido un fantasma recurrente en la historia electoral estadounidense. Pero lo que presenciamos hoy es una escalada sin precedentes, una normalización de la manipulación, un descaro que asombra incluso a los observadores más cínicos. Ya no se disimula la intención de favorecer a un partido sobre otro, de diluir el voto de las minorías, de silenciar las voces disidentes. Se hace a plena luz del día, con la venia de una Corte Suprema que ha decidido lavarse las manos y dejar que cada estado se las arregle como pueda.
La reacción de California y Nueva York, bastiones demócratas que amenazan con responder con la misma moneda, es un síntoma de la gravedad del problema. Es una espiral descendente, una carrera hacia el abismo donde la representación genuina se sacrifica en el altar de la ambición partidista. Si los republicanos redibujan los mapas en Texas para ganar escaños, los demócratas harán lo mismo en sus territorios. El resultado es una democracia distorsionada, donde los ciudadanos no eligen a sus representantes, sino que los representantes eligen a sus ciudadanos.
Este no es el escenario que imaginaron los padres fundadores. Ellos concibieron una democracia donde la competencia política fuera justa y transparente, donde el voto de cada ciudadano tuviera el mismo peso, donde la representación fuera un reflejo fiel de la voluntad popular. Pero el gerrymandering, amparado por la inacción judicial y alimentado por la polarización política, está corrompiendo ese ideal.
¿Cuál es la salida? ¿Cómo romper este ciclo vicioso? La respuesta no es sencilla. Requiere un cambio de mentalidad, una apuesta por la ética por encima de la estrategia política, una voluntad de construir un sistema electoral donde la competencia sea leal y la representación sea genuina. Se necesitan mecanismos de control, comisiones independientes que tracen los mapas electorales con criterios objetivos, sin sesgos partidistas. Se necesita, sobre todo, una ciudadanía informada y activa, que exija a sus representantes un compromiso con la democracia, no con el poder a cualquier precio.
El futuro de la democracia estadounidense está en juego. La batalla por los mapas electorales es una batalla por el alma misma de la representación. Si no se toman medidas urgentes para frenar el gerrymandering, el sistema seguirá erosionándose, la confianza en las instituciones se desvanecerá y la voz del pueblo quedará silenciada. El tiempo apremia. La democracia no puede esperar.
Fuente: El Heraldo de México