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18 de agosto de 2025 a las 09:40

El auge y caída de un imperio

En el intrincado tablero político mexicano, donde las piezas se mueven con una coreografía a veces predecible, a veces sorprendente, la frase "¡Por el bien de todos, primero los pobres!" se ha convertido en un himno, una bandera ondeando al viento de la transformación. No es una simple consigna, sino la cristalización de una ideología, la promesa tangible de un cambio de paradigma que, guste o no, ha cimbrado los cimientos del establishment.

Las cifras, frías y contundentes, hablan por sí solas: una disminución histórica en los índices de pobreza, un descenso sin precedentes en la pobreza extrema. Números que, para muchos, son la prueba irrefutable del éxito del llamado "modelo humanista", la evidencia empírica de que una política social enfocada en los más desfavorecidos puede, de hecho, lograr resultados tangibles. Y es precisamente aquí, en el terreno de lo concreto, donde la oposición se encuentra en una encrucijada. Su narrativa del desastre, cuidadosamente construida sobre el andamiaje del pesimismo, se desmorona ante la contundencia de los datos. La esperada munición para la crítica se transforma en un bumerán, devolviéndoles el golpe con la fuerza de lo innegable.

El malestar en la oposición es palpable. Se percibe en el tono agrio de sus comunicados, en la incredulidad que destilan sus análisis, en la reticencia a reconocer, siquiera mínimamente, el impacto positivo de las políticas implementadas. Se aferran a la idea de un truco estadístico, a la sospecha de una manipulación de las cifras, como si la realidad misma se negara a ajustarse a sus preceptos. Mientras tanto, la frase resuena, amplificada por la resonancia de los hechos. No es un mero slogan de campaña, sino la constatación de una victoria que trasciende lo electoral.

La comentocracia, ese coro de voces que antes dictaba la pauta del debate público, se encuentra ahora en una posición incómoda. Sus argumentos, antes considerados incuestionables, se diluyen ante la evidencia. La narrativa del fracaso, tan rentable durante años, pierde fuerza ante la tozuda realidad de los números. Se les acusa de aferrarse a un pasado que ya no existe, de negarse a aceptar el cambio de paradigma que se está gestando. La frase, repetida una y otra vez desde Palacio Nacional, se convierte en un desafío, una provocación que los obliga a confrontar la ineficacia de sus propios modelos.

Y es que la frase no solo celebra la victoria, sino que también subraya la derrota de un modelo anterior, un modelo que, según sus críticos, perpetuó la desigualdad y abandonó a su suerte a los más vulnerables. La disminución de la pobreza no es solo un logro en sí mismo, sino un símbolo de la ruptura con el pasado, una demostración de que un camino diferente es posible.

La medición, realizada con los mismos parámetros del Coneval, organismo ahora integrado al INEGI, desarma aún más las críticas de la oposición. La transparencia del proceso, la objetividad de los datos, les impide refugiarse en la cómoda trinchera de la desconfianza. La realidad, implacable, los obliga a confrontar la ineficacia de sus propios modelos, la incapacidad de sus políticas para generar un impacto real en la vida de los más necesitados.

En este escenario, la frase se convierte en un recordatorio constante, una especie de mantra que acompaña la transformación. No solo es un símbolo de victoria, sino también una promesa de futuro, un compromiso con la construcción de un México más justo e igualitario. Un México donde la frase deje de ser una aspiración para convertirse en una realidad palpable. Un México donde el bienestar de todos, comenzando por los pobres, sea la piedra angular de un nuevo pacto social.

Fuente: El Heraldo de México