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18 de agosto de 2025 a las 09:35

Domina la paciencia del depredador

El verano, ese maestro del tiempo, capaz de estirar los días hasta el infinito y, al mismo tiempo, hacer que las semanas se esfumen como arena entre los dedos. Las calles, habitualmente bulliciosas, se transforman en escenarios casi desiertos, el ritmo frenético de la ciudad se aquieta, los correos electrónicos se responden con la parsimonia de una tortuga y los proyectos, esas bestias ambiciosas que nos consumen, se adormecen hasta después de las vacaciones. Incluso las decisiones importantes, esas que nos quitan el sueño, se posponen como si el calor, o en el caso de nuestra querida Ciudad de México, las lluvias torrenciales, pudieran diluir también la urgencia. Y no es casualidad, el mundo entero parece sumirse en una siesta colectiva, un respiro profundo antes de volver a la vorágine.

Para muchos, esta pausa es un bálsamo, un oasis de tranquilidad en medio del desierto de la rutina. Una oportunidad para recargar energías, reconectar con nosotros mismos y planear la siguiente etapa. Pero para aquellos de nosotros que vivimos en modo turbo, para los que la inacción es sinónimo de estancamiento, este compás lento puede ser una verdadera tortura. Anhelamos la acción, la respuesta inmediata, el avance constante. Queremos que el teléfono suene, que el proyecto arranque, que la vida, en definitiva, se mueva. Y cuando esto no ocurre, la frustración nos invade, nos sentimos atrapados en un limbo, como si la vida nos hubiera pulsado el botón de pausa sin nuestro consentimiento.

La paciencia, esa virtud esquiva que se nos resiste, se convierte en un desafío titánico. No somos de los que esperan serenamente, con una sonrisa zen. Nos carcome la impaciencia, las ganas de que las cosas sucedan YA. Pero, como bien dicen los sabios, la paciencia no es quedarse de brazos cruzados, es aprender a esperar con propósito. Es comprender que cada proceso tiene su propio ritmo, su propio reloj, que no siempre coincide con el nuestro, y que esos tiempos muertos, esos instantes de aparente inactividad, pueden ser un terreno fértil si sabemos cómo aprovecharlos.

Y aquí es donde surge el conflicto para las personalidades tipo A, para los que vivimos por y para el movimiento, para el logro, para la siguiente meta. No soportamos la inercia, el "ya veremos", la incertidumbre. Pero la paciencia no es inercia, es estrategia. Es como un ajedrecista que, en aparente calma, calcula diez movimientos por adelantado. A veces, el mejor avance es la pausa estratégica, el análisis profundo, la espera del momento oportuno. Imaginen un leopardo al acecho, inmóvil, esperando el instante preciso para saltar sobre su presa. El momento no depende solo de su decisión, sino también de las circunstancias, del entorno.

El problema radica en que, cuando nos sentimos atascados, confundimos la pausa con la derrota. Y no es lo mismo. A veces, la tierra necesita descansar antes de ser arada, a veces las respuestas que buscamos están madurando en silencio, como un buen vino en su barrica.

Entonces, ¿qué podemos hacer mientras esperamos? En primer lugar, actuar en lo que sí depende de nosotros, tomar las riendas de aquello que podemos controlar. En segundo lugar, aprovechar ese tiempo no deseado para analizar el problema desde todos los ángulos, diseccionarlo, encontrar sus puntos débiles. No se trata de matar el tiempo, sino de utilizarlo como un bisturí, con precisión y determinación.

Porque la espera, bien gestionada, también es avance. Es el espacio en el que afinamos la puntería antes de apretar el gatillo. Y cuando el verano, ya sea real o metafórico, termine, más nos vale estar preparados no solo para actuar, sino para hacerlo de forma certera e infalible.

La paciencia no es resignación, es confiar en que, aunque no controlemos el cuándo, sí podemos prepararnos para el cómo. Pero cuidado, en la espera debe haber acción. Nadie va a llamar a nuestra puerta con lo que deseamos envuelto para regalo. Lo que queremos, hay que salir a buscarlo. La paciencia no es quedarse sentado mirando el reloj, es afilar el cuchillo mientras esperas. En la espera, sé un leopardo.

Fuente: El Heraldo de México