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18 de agosto de 2025 a las 09:45

Domina el arte de la diplomacia (con humor)

El reciente encuentro en Alaska entre Putin y Trump, más que una cumbre diplomática, se asemejó a un juego del gato y el ratón, donde la experiencia y el instinto del felino, aunque avejentado, superaron la aparente robustez del roedor. Harold Nicolson, una autoridad en la conceptualización de la diplomacia, la define como un sistema organizado de negociación entre estados soberanos, donde la representación es crucial. El negociador debe encarnar la soberanía de su nación. Las cumbres, en esencia, elevan este principio al máximo nivel, poniendo frente a frente a quienes ostentan la responsabilidad última de la soberanía: los Jefes de Estado.

Contrario a la visión reduccionista que las percibe como un mero espectáculo mientras los pueblos sufren, las cumbres son la culminación de un largo proceso de análisis y discusiones previas entre equipos diplomáticos y técnicos. El "comunicado conjunto" no surge de la improvisación, sino que llega prácticamente finalizado a manos de los mandatarios. Si los pueblos caen en abismos, no es por las cumbres en sí, sino por decisiones internas erróneas.

En el caso específico de Alaska, la expectativa radicaba en la capacidad de dos líderes "democráticamente electos" para alcanzar un acuerdo respecto a la invasión rusa a Ucrania. Se presumía la existencia de una diplomacia secreta previa, tanto entre los líderes como entre sus equipos, que delimitara el terreno de juego y facilitara una negociación fructífera. La ausencia de resultados tangibles, sin embargo, beneficia a Putin, quien mantiene su ofensiva y sus pretensiones intactas. Considerando el estilo extrovertido de Trump, la falta de avances se interpreta como una derrota, cuya magnitud se revelará con el tiempo.

La exclusión inicial de Ucrania en el diálogo debilitó la posición de Estados Unidos. Aunque Trump buscara proyectar una imagen de fuerza, la incertidumbre sobre la reacción de Zelenski limitaba su margen de maniobra. Putin, consciente de la autonomía del mandatario ucraniano, pudo elevar sus demandas, posiblemente a niveles que Trump no está dispuesto a conceder y que trascienden el conflicto bélico, adentrándose en el terreno de los intereses económicos.

El factor mediático, a pesar de la escasez de resultados concretos, seguramente propiciará un nuevo encuentro Putin-Trump. El espectáculo, al parecer, seduce más que la eficacia. Mientras tanto, los abismos a los que se enfrentan los pueblos en diversas partes del mundo continúan profundizándose. Esta dinámica plantea una pregunta crucial: ¿prevalecerá la diplomacia como herramienta para la resolución de conflictos o seremos meros espectadores de un teatro político donde los intereses particulares eclipsan el bienestar global? La respuesta, sin duda, marcará el rumbo de nuestro futuro. Es imperativo que la diplomacia recupere su protagonismo y se centre en la búsqueda de soluciones reales y duraderas, en lugar de servir como escenario para la exhibición de poder y la perpetuación de la incertidumbre. El futuro de la paz y la estabilidad mundial depende de ello.

Fuente: El Heraldo de México