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16 de agosto de 2025 a las 06:30

Gerardo Ortiz: Mánager sentenciado

El mundo de la música regional mexicana se estremece con la sentencia de Ángel Del Villar, un nombre que resonaba en los escenarios y tras bambalinas. Cuatro años de prisión y una multa que roza los dos millones de dólares, un precio exorbitante por transgredir la Ley Kingpin, esa espada legal que pende sobre quienes se atreven a negociar con figuras ligadas al narcotráfico. La jueza Maame Ewusi-Mensah Frimpong, con la firmeza de la justicia, dictó el veredicto, no solo contra el productor, sino también contra su empresa, Del Entertainment Inc., dirigida por Luca Scalisi, quien deberá afrontar una multa similar. La sombra del Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG) se alarga sobre este caso, oscureciendo el brillo de los escenarios y las melodías.

Del Villar, el arquitecto de "Del Records", una disquera que catapultó a la fama a numerosos artistas del género regional mexicano, ahora enfrenta la música de un destino diferente. La acusación se centra en su relación con Jesús "Chucho" Pérez Alvear, un promotor de conciertos con vínculos probados con el CJNG y su brazo financiero, Los Cuinis. Se tejieron redes de conciertos, financiados con los recursos de la empresa de Del Villar, alimentando un sistema que la justicia estadounidense considera ilícito.

La figura de Gerardo Ortiz, una estrella naciente bajo el amparo de Del Records, emerge como un testigo clave en este drama judicial. Ortiz, quien admitió haber participado en conciertos organizados por Pérez Alvear a pesar de las advertencias del FBI, se ha declarado culpable de conspiración. Su testimonio, un eco en los tribunales, dibuja un panorama complejo donde la ambición artística se entrelaza con decisiones cuestionables. ¿Hasta qué punto la presión del entorno y la promesa del éxito nublan el juicio de los artistas? ¿Qué mecanismos de protección necesitan para no caer en las redes del narcotráfico? Estas son preguntas que resuenan con fuerza tras este caso.

La defensa de Del Villar argumenta que fue una víctima de las circunstancias, un peón atrapado en un juego mayor. Sin embargo, la fiscalía desmonta esta narrativa, presentando un Del Villar astuto, un estratega que orquestó un plan criminal durante un largo período, involucrado en un laberinto de transacciones ilegales. La justicia ha hablado, pero las interrogantes persisten. ¿Cómo pudo un imperio musical construirse sobre cimientos tan frágiles? ¿Qué mecanismos fallaron para permitir que estas operaciones se desarrollaran durante tanto tiempo?

El futuro de Luca Scalisi, el director financiero de Del Entertainment, también pende de un hilo. Su audiencia, programada para el 22 de octubre, definirá su destino. La admisión de su responsabilidad en operaciones financieras vinculadas a narcotraficantes lo coloca en una posición vulnerable. La Ley Kingpin no hace distinciones, y Scalisi, al igual que Del Villar, deberá enfrentar las consecuencias de sus actos.

Este caso, más allá de los nombres y las cifras, nos obliga a reflexionar sobre la permeabilidad del mundo del espectáculo ante la influencia del narcotráfico. La música, un arte que debería unir y alegrar, se ve manchada por la sombra del crimen organizado. La sentencia de Del Villar sirve como una advertencia, un recordatorio de que la justicia, tarde o temprano, alcanza a quienes se desvían del camino. El futuro de la música regional mexicana dependerá, en gran medida, de la capacidad de la industria para blindarse contra estas influencias y construir un futuro más transparente y ético.

Fuente: El Heraldo de México