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16 de agosto de 2025 a las 09:15

El Legado Continúa

El aire primaveral de la Ciudad de México traía consigo no solo el aroma a jazmines y azahares, sino también la vibrante anticipación de la nueva temporada. Doña Pomposa Casafuerte de Iturbe, con la elegancia que la caracterizaba, compartía la emoción con sus amigas, hojeando con delicado cuidado la revista "Arte y Letras". El anuncio de las novedades del Almacén "Al Puerto de Veracruz" era la comidilla de la tarde: blusas lencería con cuellos volteados y puños bordados, creaciones francesas y americanas adornadas con encajes, sombreros de paja italiana con flores y listones Liberty… La descripción pintaba un cuadro de ensueño, una promesa de frescura y estilo para los días calurosos que se avecinaban.

Doña Pitufa Romero de Altosvuelos, con su habitual entusiasmo, se deshacía en elogios por el vestido estilo sastre, la última sensación de París, disponible en tonalidades de blanco, crudo y rosa, confeccionado en piqué inglés y adornado con vivos y una elegante falda tableada. La visión de tal prenda la transportaba a los bulevares parisinos, imaginándose paseando con gracia y distinción.

La impaciencia de Doña Pomposa era palpable. Ni corta ni perezosa, ordenó a Don Abundio Hernández, su fiel chofer, que preparara el carruaje. La idea de mezclarse con la plebe en el tranvía era impensable para una dama de su posición. Antes de dirigirse a la tienda, pasarían por la casa de Carlota Villafuerte de Altosvuelos en la calle de San Francisco, sumando así otra apasionada de la moda a la expedición. Su destino: la Esquina 2ª de la Monterrilla y Capuchinas, donde el prestigioso Almacén "Al Puerto de Veracruz" exhibía sus tesoros.

Este establecimiento, como muchos otros de la época, era propiedad de barcelonnettes, esos emprendedores franceses originarios de los Alpes que habían conquistado el comercio textil mexicano. Su presencia era tan notoria que calles enteras, como la Primera de la Monterrilla, el Portal de las Flores y la Callejuela (hoy 5 de febrero), estaban prácticamente monopolizadas por sus lujosas tiendas. Estos inmigrantes, además de su indiscutible olfato para los negocios, poseían una peculiar combinación de catolicismo y republicanismo, factores que, según el historiador Jean Meyer, facilitaron su integración en la sociedad mexicana. Incluso durante la intervención francesa, se mantuvieron leales a su país de adopción, negándose a apoyar las ambiciones imperialistas de Napoleón III.

El contraste entre la opulencia de estos almacenes y la pobreza del Baratillo, descrita con crudeza por Manuel Payno en "El Siglo Diez y Nueve", era abismal. En el Baratillo, entre harapos y objetos de segunda mano, se encontraba la ropa de los difuntos, los restos de las testamentarias de los pobres, un triste recordatorio de la desigualdad que imperaba en la sociedad mexicana. Mientras Doña Pomposa y sus amigas se deleitaban con las últimas creaciones de la moda europea, otros se veían obligados a vestir los despojos de la fortuna ajena. Esta realidad, aunque incómoda, formaba parte del paisaje urbano de la época, un testimonio silencioso de las dos caras de una misma moneda. La moda, como un espejo, reflejaba no solo la belleza y la elegancia, sino también las profundas diferencias sociales que marcaban la vida en la Ciudad de México de principios del siglo XX.

Fuente: El Heraldo de México