
15 de agosto de 2025 a las 09:30
Lucha feroz por el poder
La democracia estadounidense se encuentra en una encrucijada. Mientras México se enorgullece de un sistema de delimitación distrital objetivo y técnico, basado en datos demográficos y geográficos verificables, el escenario en Estados Unidos se asemeja más a un tablero de ajedrez donde los partidos políticos mueven las piezas a su antojo, sin importar la voluntad popular. La manipulación de los distritos electorales, el infame gerrymandering, ha pasado de ser una práctica cuestionable a una herramienta de poder abiertamente utilizada y defendida.
El caso de Texas es paradigmático. La descarada tentativa de los republicanos de redibujar el mapa electoral para asegurarse una mayor representación en la Cámara de Representantes no solo es un síntoma de la polarización política que vive el país, sino también una afrenta a los principios básicos de la democracia. La huida de los legisladores demócratas para impedir el quórum necesario para la votación, aunque desesperada, revela la gravedad de la situación. Es una imagen que difícilmente se borrará de la memoria colectiva: representantes electos, obligados a escapar para defender la voz de sus electores.
La respuesta demócrata, anunciando represalias en California y Nueva York, lejos de ser una solución, agrava el problema. Si bien la indignación es comprensible, entrar en una guerra de gerrymandering solo profundizará la crisis de representatividad. Se crea un círculo vicioso donde la manipulación electoral se convierte en la norma, y el electorado, en un mero espectador de un juego de poder entre élites políticas.
Lo más preocupante es la normalización de esta práctica. Ya no se esconde, se presume. El descaro con el que se reconocen las intenciones de manipulación electoral, incluso a mitad del ciclo y sin el respaldo de un censo reciente, es un indicador de la erosión democrática que sufre Estados Unidos. La decisión de la Corte Suprema en 2019, que limita la capacidad de los tribunales federales para intervenir en la delimitación distrital, ha abierto la caja de Pandora. Ha dejado a los estados a merced de las ambiciones políticas de quienes detentan el poder, sin mecanismos efectivos para garantizar la equidad y la representatividad.
Mientras estados como Michigan y California, antes de esta crisis, apostaban por comisiones independientes para trazar los distritos electorales, buscando la imparcialidad y la representatividad, otros, como Texas, han optado por dejar la delimitación en manos del gobierno estatal, abriendo la puerta a la manipulación y al partidismo.
El resultado es una geografía electoral distorsionada, que no refleja la pluralidad de la sociedad, sino los intereses de quienes ostentan el poder. La lucha por el mapa electoral se ha convertido en una lucha por el alma de la democracia estadounidense. Un sistema donde las reglas del juego se manipulan para favorecer a unos pocos no puede considerarse verdaderamente representativo. La polarización política y la falta de mecanismos de control efectivos están poniendo en jaque la esencia misma de la democracia. Es urgente una reflexión profunda y una búsqueda de soluciones que garanticen la equidad y la representatividad, antes de que el daño sea irreversible. El futuro de la democracia estadounidense está en juego.
Fuente: El Heraldo de México