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14 de agosto de 2025 a las 09:30

¿Oposición real o teatro político?

El descontento social, un murmullo que crece en las sombras. Se percibe en los susurros de las calles, en el eco digital de las redes sociales, incluso en las cautelosas líneas de algunos medios tradicionales. Una inconformidad palpable, una inquietud que, como las olas antes de la tormenta, se agita bajo la superficie. El gobierno, desde su atalaya, minimiza estas señales, las reduce a la etiqueta simplista de "partidos políticos desorganizados", una estrategia cómoda que busca desacreditar y diluir la creciente ola de disidencia.

Se insiste, desde el poder, en la ausencia de una oposición articulada. Y, en cierto modo, no les falta razón. La falta de una estrategia común, de un objetivo claro que trascienda la simple crítica, debilita el impacto de las voces disidentes. Se alzan voces, sí, algunas constructivas, otras cargadas de indignación, pero dispersas, como gotas de lluvia que no logran formar un torrente. Unas son ignoradas, otras combatidas, a veces con la fuerza bruta del Estado, otras con argumentos endebles que se desvanecen como el humo.

La táctica gubernamental se centra en sembrar la discordia. Señalar la supuesta "comparsa" de algunos partidos, alimentar la desconfianza entre ellos, acusarlos de negociaciones oscuras y traición a sus bases. Una estrategia efectiva que fragmenta aún más el panorama político y dificulta la articulación de una verdadera oposición. Pero, ¿se limita la oposición únicamente a los partidos políticos?

El gobierno se equivoca al reducir el descontento a la esfera partidista. Existe una oposición más profunda, más visceral, que late en el corazón de la ciudadanía. Un malestar silencioso que se manifiesta en la cotidianidad, en la frustración ante las políticas públicas, en la preocupación por el futuro. Una fuerza latente, desorganizada aún, pero con un potencial transformador inmenso.

Desde el poder, se opta por minimizar esta corriente de pensamiento crítico, descalificarla, apostar a su desarticulación. Se confía en la resignación, en ese "ya ni modo" que refleja la apatía de algunos sectores. Se ignora, quizá intencionadamente, que la resignación no es universal. Que existe un grupo, tal vez silencioso, pero constante, que no se conforma, que observa, que analiza y que, al final, decide. Son esos ciudadanos, los que no se resignan, los que acuden a las urnas y con su voto, definen el rumbo del país. Son ellos, más que los votos cautivos o comprados, los que tienen el verdadero poder. Y ese poder, aunque aún disperso, es la verdadera oposición a la que el gobierno debería temer. Un gigante dormido que, si despierta, podría cambiar el curso de la historia.

Fuente: El Heraldo de México