
14 de agosto de 2025 a las 09:35
Libera a Pemex del infierno
El fantasma de López Velarde sigue rondando los pozos petroleros. Su verso profético, que advertía sobre el diablo escriturando los veneros del petróleo, resuena con una fuerza escalofriante en el panorama actual de Pemex. Cien años después, la paraestatal, lejos de ser la gallina de los huevos de oro, se ha convertido en un pozo sin fondo que drena las finanzas públicas y alimenta la corrupción. No es un demonio mitológico el culpable, sino una cadena de administraciones que, con decisiones erróneas y una miopía estratégica, han cavado la fosa donde ahora yace el orgullo petrolero.
La situación es crítica, las cifras son alarmantes. Pérdidas millonarias que se cuentan en miles de millones de pesos, una deuda que se asemeja a una bola de nieve imparable y una producción raquítica que nos aleja cada vez más de la autosuficiencia energética. El rescate prometido por el Estado se percibe como una burla cruel, una aspirina para un cáncer terminal. Mientras se inyectan miles de millones para amortizar la deuda, los adeudos con proveedores se acumulan como una montaña impenetrable, asfixiando a las empresas que dependen de la petrolera.
El huachicol, la lacra que desangra a Pemex, sigue campante, incrementando sus ganancias a costa del patrimonio nacional. Miles de millones de pesos se evaporan en las redes de la delincuencia organizada, mientras las autoridades parecen incapaces de frenar esta hemorragia. La producción, por su parte, se desploma, confirmando la ineficiencia operativa de la empresa y su incapacidad para satisfacer las demandas del mercado interno.
Y como si fuera poco, el escándalo internacional. El Departamento de Justicia de Estados Unidos destapando la cloaca de la corrupción, señalando con nombres y apellidos a empresarios y funcionarios involucrados en sobornos y tráfico de influencias. Un recordatorio brutal de que la corrupción no conoce ideologías y que el discurso oficial contra este mal se desmorona ante la evidencia.
La refinería Olmeca, la joya de la corona del actual gobierno, se ha convertido en un monumento a la ineficiencia y al despilfarro. Miles de millones de dólares invertidos en una planta que opera a media máquina, exportando el diésel que debería estar refinando para el consumo nacional. Una paradoja que evidencia la falta de planificación y la desconexión entre la retórica oficial y la realidad operativa.
¿Y la respuesta del gobierno? Un silencio cómplice que retumba en los oídos de la ciudadanía. Un silencio que alimenta la sospecha y la desconfianza. Si tenemos que depender del Departamento de Justicia de Estados Unidos para destapar los casos de corrupción en nuestro país, ¿qué futuro nos espera? La pregunta queda flotando en el aire, como el espectro de López Velarde, recordándonos que el petróleo, en lugar de ser una bendición, se ha convertido en una maldición. Una maldición forjada por la ambición, la ineficiencia y la corrupción.
Fuente: El Heraldo de México