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14 de agosto de 2025 a las 09:15

Descubre la magia después de Alaska

El encuentro en Alaska entre Trump y Putin no es un simple apretón de manos diplomático, sino el epílogo de un sistema internacional que durante décadas rigió los destinos del mundo. El escenario, casi irónico, nos recuerda a Yalta, donde se dibujó un mapa geopolítico sin la presencia de los principales afectados. Ochenta años después, la historia parece repetirse, con Ucrania ausente en una discusión crucial sobre su propio futuro. Esta exclusión, una concesión evidente a los intereses rusos, sienta un precedente peligroso. La historia nos enseña que las decisiones tomadas a espaldas de los pueblos, dibujando fronteras y repartiendo territorios sin considerar la voluntad de quienes los habitan, son semillas de futuros conflictos. Los agravios, las incongruencias demográficas y las tensiones latentes se convierten en un polvorín que tarde o temprano estallará. Se aplazan los problemas, no se resuelven.

Un acuerdo firmado en Alaska, aunque se presente como una victoria diplomática, no garantiza una solución duradera. El Centro de Estudios Estratégicos de La Haya lo ha demostrado con datos contundentes: muchos acuerdos de paz se desmoronan por falta de apoyo interno, violaciones de los términos o simplemente por el capricho volátil de los líderes políticos. En este caso, la ausencia de Zelenskyy le entrega a Putin una valiosa herramienta: la posibilidad de presentar a Kiev y a Europa un acuerdo consumado, un hecho ineludible ante el cual no tienen capacidad de reacción.

Rusia llega a la mesa de negociaciones con una serie de triunfos que refuerzan su posición. El incumplimiento del cese al fuego, la probable anexión de territorio ucraniano y, sobre todo, la aceptación de Washington de negociar sin la presencia de Ucrania, son victorias significativas para el Kremlin. Por otro lado, Trump busca un acuerdo que le permita exhibir una victoria política, aunque esto implique aceptar términos injustos para Ucrania. La presión ejercida sobre Europa para aumentar su gasto en defensa es una incógnita. Si bien los europeos se han comprometido a invertir más en su aparato militar, la historia nos invita a la cautela. Podría tratarse de un gesto superficial, una declaración de intenciones para apaciguar a Trump y concederle el triunfo mediático que ansía.

La realidad es que Europa, tras décadas de dependencia militar de Estados Unidos, carece de la autonomía y la fuerza necesarias para ofrecer una alternativa real. Ucrania podría rechazar cualquier plan concebido en Alaska, pero perder el apoyo estadounidense la colocaría en una situación insostenible a mediano o largo plazo. Las opciones de Kiev son limitadas, constreñidas por la incapacidad de sus aliados europeos para sostener el esfuerzo militar requerido para confrontar a Moscú.

Alaska no es un incidente aislado, sino la manifestación tangible de un cambio de paradigma global. El mundo ha cambiado y un nuevo orden internacional emerge ante nuestros ojos. El sistema multilateral, aunque sus instituciones sigan operando, ha perdido su capacidad para cumplir su propósito fundamental: garantizar la paz y la seguridad mundial. Si bien se han logrado avances innegables en áreas como la educación, el medio ambiente y la igualdad, estos no eran los objetivos centrales del orden de la posguerra.

Este cambio de paradigma no es una hipótesis teórica, es una realidad palpable. Debemos aceptarlo como punto de partida para redefinir estrategias y tomar decisiones. México, en este nuevo contexto global, necesita repensar su posición en el mundo después de Alaska. El tablero geopolítico se ha reconfigurado y es imperativo analizar con lucidez los nuevos retos y oportunidades que se presentan.

Fuente: El Heraldo de México