
13 de agosto de 2025 a las 09:30
Militares contra migrantes: Trump endurece la frontera.
La sombra de la militarización se cierne sobre Estados Unidos. La noticia del despliegue inminente de una Fuerza de Reacción Rápida ante Disturbios Civiles Internos, compuesta por 600 soldados en alerta permanente, resuena con la inquietante cadencia de un tambor de guerra en tiempos de paz. El Washington Post, con su revelación basada en documentos del Pentágono, ha abierto una caja de Pandora de interrogantes sobre el futuro de la democracia estadounidense. ¿Es esta una medida necesaria para preservar el orden o un peligroso paso hacia la supresión de la disidencia?
El argumento de la rapidez, la capacidad de desplegar tropas en cualquier punto del país en tan solo una hora, se presenta como la justificación principal. Dividida estratégicamente entre Alabama y Arizona, esta fuerza se perfila como una herramienta de intervención inmediata ante cualquier brote de inestabilidad. Sin embargo, el fantasma de un posible uso excesivo de la fuerza, la posibilidad de que la respuesta militar se imponga sobre el diálogo y la resolución pacífica de conflictos, planea sobre la iniciativa. El costo, que podría ascender a cientos de millones de dólares, según los documentos filtrados, añade otra capa de preocupación. ¿Vale la pena invertir semejantes recursos en una fuerza de reacción rápida mientras otras necesidades sociales, como la educación o la sanidad, claman por atención?
La comparación con la Guardia Nacional, que ya cuenta con un grupo de respuesta rápida, resulta inevitable. ¿Qué diferencia a esta nueva facción de las fuerzas armadas? ¿Representa un salto cualitativo en la capacidad de intervención del gobierno federal en asuntos internos? La respuesta, según los expertos, reside en la movilidad. Mientras la Guardia Nacional opera principalmente dentro de los límites de cada estado, esta nueva fuerza podrá desplazarse entre estados, rompiendo las barreras geográficas y centralizando el poder de intervención. Este aspecto, sin duda, genera inquietud en aquellos que defienden el equilibrio de poderes y la autonomía estatal.
La coincidencia temporal con el despliegue de la Guardia Nacional en Washington D.C. por orden de Donald Trump añade un matiz aún más complejo a la situación. La lucha contra la delincuencia y la retirada de personas sin hogar de las calles se presentan como los objetivos de esta intervención. Sin embargo, la memoria histórica nos recuerda las imágenes de la Guardia Nacional desplegada durante las protestas tras la muerte de George Floyd, una respuesta que muchos consideraron desproporcionada y represiva. La sombra de la militarización de la política interna se alarga, y la línea que separa la seguridad ciudadana del control social se difumina peligrosamente.
La historia de los despliegues de la Guardia Nacional en la capital estadounidense, desde la contención de las protestas en 2020 hasta la respuesta limitada al asalto al Capitolio en 2021, pasando por el apoyo a los operativos migratorios en Los Ángeles en junio pasado, dibuja un panorama preocupante. ¿Estamos ante una tendencia creciente a recurrir a la fuerza militar para resolver problemas sociales y políticos? ¿Qué implicaciones tiene esta tendencia para el futuro de la democracia estadounidense?
El debate está abierto. La creación de esta Fuerza de Reacción Rápida ante Disturbios Civiles Internos plantea interrogantes cruciales sobre el equilibrio entre seguridad y libertad, entre orden y represión. La respuesta a estas preguntas determinará el rumbo que tomará la democracia estadounidense en los próximos años. La ciudadanía debe estar vigilante, informada y activa en la defensa de sus derechos y libertades fundamentales. El futuro de la democracia está en juego.
Fuente: El Heraldo de México