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13 de agosto de 2025 a las 09:35
Descubre el secreto del arete
La inquietud se dibujaba en el rostro de la mujer de ojos alumbrados, obsidianas que parecían escudriñar los secretos del universo. Un druida, sabio en los misterios de la naturaleza, le había susurrado una verdad ancestral: la energía incontenible debe ser liberada, aunque sea gota a gota. Pero en su caso, la magia se había entrelazado con su destino, robándole el sueño y convirtiéndola en un crisol de presagios. Objetos simbólicos, convertidos en talismanes, se agolpaban a su alrededor. Entre ellos, eligió uno peculiar: un arete de oro, con forma de hebilla continua, que recordaba a una oruga en su perpetuo movimiento. El oro, metal precioso como las manzanas del Jardín de las Hespérides, custodiadas por el mitológico Bellerophonte, se unía a la forma circular, símbolo de la eterna repetición, del ciclo vital. Como las gotas de Cosijo, la deidad zapoteca de la lluvia, el arete parecía contener la esencia misma de la vida, la promesa de la fertilidad y la abundancia.
La palabra "arete", en griego, evoca la idea de un recinto sagrado, de justicia y vínculo. San Agustín, el santo de Hipona, comparaba las palabras con "vasos sagrados", recipientes del aliento divino. Y el arete, oscilando en el lóbulo de la oreja, se convertía en una extensión de esa idea, en un conducto entre lo terrenal y lo divino. En árabe, la palabra "al-qarrát", de donde proviene "arracada", nos remite a la imagen del pendiente, del adorno colgante que embellece y al mismo tiempo, protege.
La mujer de ojos alumbrados jugaba con el arete entre sus dedos, con una impaciencia rítmica que parecía un conjuro. Sus movimientos evocaban una danza ancestral, un ritual para desentrañar los enigmas del deseo, del ir y venir en la incierta geografía del alma. Quizás buscaba exorcizar alguna fuerza invisible, dominarla y transformarla. O tal vez, en ese gesto, se revelaba la sacerdotisa iniciada en los misterios de la correspondencia, del vínculo invisible que unía su destino al del ladrón de su sueño.
Higos, dátiles, almendras… y el fantasma robador de moras, encantador de serpientes, se entrelazaban en la imagen del arete suspendido. La maga, con sus predicciones, y el hierofante, nutriéndose de ilusiones, se unían en un juego de espejos, un laberinto de símbolos. El druida, con su sabiduría ancestral, nos recordaba que la energía debe fluir. Pero a veces, un arete es simplemente un arete… un detonante de nuestra lucidez emocional, un espejo que refleja nuestros anhelos y temores más profundos. Un objeto que, en su aparente simplicidad, encierra la complejidad de la existencia humana.
Fuente: El Heraldo de México