
13 de agosto de 2025 a las 09:31
Alaska tiembla: ¡Trump está aquí!
La semana pasada fue un verdadero espectáculo político, una clase magistral de poder en su forma más cruda. Donald Trump desplegó una tríada de acciones que resonaron a nivel global: la militarización de Washington D.C., la firma de una orden secreta para operaciones militares contra cárteles, y la cumbre en Alaska con Vladimir Putin. Tres movimientos, un solo mensaje: el poder se ejerce, no se pide.
Imaginen la escena: Washington, la capital del mundo libre, bajo un manto de uniforme militar. La Guardia Nacional patrullando las calles, un despliegue de fuerza que evoca tiempos de guerra. Mientras tanto, en secreto, se firma una orden que extiende el largo brazo del Pentágono a México, Venezuela, Haití y El Salvador. Una demostración de fuerza, una declaración de intenciones: las reglas las dicta quien tiene el poder.
Y luego, el broche de oro: Alaska. Un escenario elegido con precisión quirúrgica. La última frontera, un territorio que mira directamente a Rusia, un lugar donde las distancias se acortan y los susurros de poder se escuchan con mayor claridad. No es una simple reunión, es una puesta en escena. Trump y Putin, cara a cara, decidiendo el destino del mundo en un escenario gélido y simbólico. Alaska, la frontera final, se convierte en el tablero de ajedrez donde se juega una partida geopolítica de alto voltaje.
La imagen es poderosa: dos líderes, dos imperios, frente a frente en un territorio que simboliza la expansión y la conquista. ¿Un encuentro diplomático? Sí, pero también un acto de poder, una demostración de fuerza, una advertencia para el resto del mundo. El mensaje es claro: aquí, en esta tierra remota, se dibujan las nuevas líneas del mapa geopolítico.
El encuentro en Alaska trasciende la guerra en Ucrania. Es la consagración de una nueva era, donde las decisiones cruciales se toman en encuentros privados, lejos de la mirada pública. El multilateralismo, la diplomacia, las alianzas estratégicas, todo queda relegado a un segundo plano. El poder se concentra en pocas manos, en conversaciones a puerta cerrada, en acuerdos susurrados al oído.
Europa observa con inquietud, relegada a un papel secundario. China, siempre atenta, analiza cada movimiento, cada gesto, cada palabra. El resto del mundo, expectante, comprende que las reglas del juego han cambiado. La mesa es más pequeña, las sillas son escasas, y la invitación a sentarse es un privilegio reservado para unos pocos.
Esta semana, Trump nos ha dado una lección magistral de geopolítica. Una lección que combina el espectáculo con la fuerza bruta, la teatralidad con la estrategia. Como una estrella de rock, domina el escenario. Como un emperador, dicta el guion.
Quizá el viernes no se firmara ningún acuerdo trascendental. Pero la imagen, el mensaje, la demostración de poder, eso quedará grabado en la memoria colectiva. Estamos en una nueva era, donde las reglas se escriben en secreto, donde el territorio es un trofeo y una advertencia, y donde, a veces, un presidente puede ser también la estrella… y el emperador. El último en salir, que apague la luz. El escenario queda vacío, pero el eco de las decisiones tomadas en la oscuridad resonará durante mucho tiempo.
Fuente: El Heraldo de México