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13 de agosto de 2025 a las 01:30
Lágrimas perrunas por Silvia Pinal
El silencio que reinaba en la casa se quebraba únicamente por los sollozos contenidos de Efigenia. Entre sus manos, un abrigo de cachemir, suave como el pelaje de Cosita, aún guardaba el aroma inconfundible de Doña Silvia. Un aroma a gardenias, a maquillaje de cine, a una vida vivida con intensidad bajo los reflectores. Cosita, con sus ojitos negros como cuentas, se acurrucaba en el regazo de Efigenia, temblando. De pronto, un gemido lastimero escapó de su pequeño hocico, seguido de un llanto suave, casi imperceptible, pero cargado de una tristeza profunda. Era como si la pequeña chihuahua, en su lenguaje silencioso, también llorara la ausencia de la diva.
La imagen, compartida en redes sociales por el programa "Sale el Sol", conmovió a miles. Cosita, convertida en un símbolo de la fidelidad incondicional, recordaba al mundo la profunda conexión que existía entre ella y Silvia Pinal. Una conexión que trascendía las palabras, que se tejía en las miradas cómplices, en las caricias furtivas entre escena y escena, en la compañía silenciosa durante las largas noches. La perrita, heredera no solo de un lujoso abrigo, sino también del amor incondicional de la actriz, se convertía en un testimonio viviente del cariño que Doña Silvia prodigaba a quienes la rodeaban.
Más allá del brillo de los reflectores, de las alfombras rojas y los premios, Silvia Pinal era una mujer de carne y hueso, con afectos profundos y una sensibilidad a flor de piel. Su amor por Cosita no era un capricho de estrella, sino un lazo genuino, un refugio en medio del torbellino de su vida pública. Efigenia, testigo privilegiada de esa relación, se convertía ahora en la guardiana de ese legado de amor. No solo cuidaría de la pequeña chihuahua, sino también del recuerdo de la gran diva, manteniendo viva la llama de su cariño en cada caricia, en cada mirada, en cada susurro al oído de Cosita.
La herencia de Silvia Pinal, más allá de las propiedades y las joyas, se medía en afectos, en recuerdos, en el aroma a gardenias impregnado en un abrigo de cachemir. Y Cosita, la pequeña chihuahua de ojos negros y corazón roto, se convertía en la depositaria de ese tesoro invaluable, en un símbolo de la fragilidad y la fuerza del amor que perdura más allá de la muerte. Un amor que, como el aroma de Doña Silvia, aún flotaba en el aire, acariciando el pelaje de Cosita y conmoviendo a un país entero. El legado de una diva, resumido en el llanto silencioso de una pequeña mascota. Un llanto que resonaba en el corazón de todos aquellos que, de alguna manera, habían sido tocados por la magia de Silvia Pinal. Un llanto que hablaba de amor, de pérdida, y de la huella imborrable que dejan en nuestras vidas aquellos que amamos.
Fuente: El Heraldo de México