
12 de agosto de 2025 a las 09:30
El poder del silencio
El silencio de las bombas no es el silencio de la paz. Es el silencio ominoso de un estómago vacío, el silencio de la desesperación que se agolpa en los puntos de distribución de ayuda, donde la muerte llega no por la metralla, sino por el hambre, por la sed, por la enfermedad. Más de mil seiscientas almas se han esfumado en esos lugares que deberían ser santuarios de esperanza, convertidos en tumbas improvisadas. Y sumadas a las más de cien vidas segadas por la inanición, la cifra se vuelve escalofriante, un testimonio mudo del horror que continúa, incluso sin el rugir de las explosiones. ¿Cómo explicar semejante tragedia? ¿Cómo encontrar las palabras que le den sentido a la agonía de un pueblo atrapado en las garras de un conflicto que parece no tener fin?
Seiscientas jornadas de violencia, casi cien mil vidas destrozadas. Las manifestaciones, las denuncias, los clamores por la paz, se pierden en el desierto de la indiferencia, se ahogan en un mar de escombros. Resuenan, sí, como un eco lejano, pero no alcanzan a penetrar el muro de la impasibilidad que rodea a Gaza. Paul Auster lo dijo: "Cuando cualquier cosa puede pasar, las palabras comienzan a fallar". Y en Gaza, todo puede pasar. La muerte acecha en cada esquina, en cada mirada, en cada silencio. Las súplicas por una tregua son apenas un susurro en el viento, un frágil escudo contra la hambruna, contra el espectro de la violencia que los acecha sin descanso.
Desde la distancia, desde la seguridad de nuestros hogares, observamos con impotencia esta masacre. Buscamos las palabras adecuadas para nombrar el horror, para denunciar la deshumanización de un pueblo al que se le niega el derecho a existir. Pero las palabras se nos escapan, se nos atragantan en la garganta. La magnitud de la destrucción nos deja sin aliento, nos cambia la forma de ver el mundo, nos roba la capacidad de articular un discurso coherente. La muerte se ha instalado en nuestras pantallas, en nuestras conversaciones, y el lenguaje que usábamos antes, el lenguaje de la cotidianidad, se vuelve insuficiente, torpe, incapaz de expresar la profundidad del dolor.
No hay palabras que puedan explicar la agonía de Gaza, no hay frases que puedan reparar el daño infligido. El silenciamiento de las bombas no significa el fin del genocidio. Este continúa, silencioso pero implacable, alimentándose de la indiferencia, de la inacción, del silencio cómplice del mundo. Y ante este silencio, ante esta barbarie, no podemos permanecer callados. No podemos permitir que los opresores se sientan cómodos en nuestro silencio. No podemos permitir que la tragedia de Gaza se convierta en una estadística más, en una noticia olvidada.
Aún estamos a tiempo de actuar, de alzar la voz, de exigir justicia, de romper el cerco que ahoga a Palestina. Aún estamos a tiempo de demostrar que las palabras, aunque a veces fallen, pueden ser un arma poderosa contra la opresión, contra la injusticia, contra el olvido. Es hora de liberar a Palestina. Es hora de que el silencio de las bombas se convierta en el silencio de la justicia, en el silencio de la paz verdadera. Es hora de que las palabras vuelvan a tener sentido.
Fuente: El Heraldo de México