
12 de agosto de 2025 a las 12:50
De Ruinas a Museo: Un Viaje Cultural
El eco de los cañones se ha desvanecido, el humo de la pólvora se disipó hace tiempo, y las piedras de la Plaza de la Ciudadela, mudas testigos de la historia, hoy vibran con el ritmo cadencioso del danzón. Imaginen, si pueden, la Ciudad de México del siglo XVIII, una urbe virreinal, con sus calles empedradas y el aroma a tabaco flotando en el aire. En ese escenario nace la Real Fábrica de Tabacos, un coloso neoclásico que, imponente, dominaba el paisaje urbano. Sus muros, diseñados por las mentes brillantes de González Velázquez, Constanzó y Castera, no solo albergaban la producción del preciado tabaco, sino también la promesa de una economía floreciente para la Nueva España. Hoy, esas mismas piedras, transformadas por el tiempo y la historia, cobijan la Biblioteca de México “José Vasconcelos”, un santuario del saber, donde el susurro de las páginas reemplaza el bullicio de la antigua fábrica.
Pero la Ciudadela no solo es un testimonio del pasado colonial, sino también un escenario crucial de la lucha por la identidad nacional. La Revolución Mexicana, ese torbellino de ideales y sangre, dejó su huella imborrable en la plaza. Si bien no fue el epicentro de los combates, la cercanía con el cuartel la convirtió en un punto estratégico, un mirador silencioso desde donde se observaba el drama de la Decena Trágica. El eco de los disparos, el clamor de la gente, la incertidumbre del futuro, todo resonaba en sus piedras, impregnándolas de una memoria imborrable. Imaginen la tensión, el miedo, la esperanza que se respiraba en el aire durante aquellos días aciagos. La Ciudadela, muda espectadora, absorbía el dolor y la incertidumbre de una nación en plena transformación.
Décadas más tarde, en el turbulento 1968, la plaza volvió a ser testigo de la inconformidad social. El júbilo de un partido de fútbol americano entre estudiantes se transformó en un preámbulo de la lucha por la libertad y la justicia social. La Ciudadela, una vez más, se convertía en el escenario donde se expresaban las inquietudes de una generación que anhelaba un México diferente. Los gritos de protesta, los ideales de cambio, resonaban en el mismo espacio donde, siglos antes, se había forjado la promesa de una nueva economía.
Sin embargo, la Ciudadela no es un lugar definido por la violencia y el conflicto. Ha sabido trascender su pasado turbulento, transformándose en un espacio de encuentro y alegría. El danzón, ese baile elegante y cadencioso, ha llenado la plaza de vida, música y color. Las parejas giran al compás de la música, tejiendo una red invisible de comunidad y tradición. Donde antes resonaban los cañones, hoy se escucha la melodía de los instrumentos, y las piedras, testigos silenciosos de la historia, vibran con la alegría del baile.
La Plaza de la Ciudadela es, en definitiva, mucho más que un espacio urbano. Es un microcosmos de la Ciudad de México, un lugar donde convergen la historia, la cultura y la vida cotidiana. Es un recordatorio de que, incluso en los lugares marcados por la tragedia, la vida encuentra la manera de florecer, de reinventarse, de bailar al ritmo del tiempo. Visitar la Ciudadela es conectar con el alma de la ciudad, es sentir el pulso de una nación que, a pesar de las adversidades, siempre encuentra la fuerza para renacer. Es un viaje a través del tiempo, un paseo por la memoria colectiva, una invitación a celebrar la vida en todas sus manifestaciones.
Fuente: El Heraldo de México