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11 de agosto de 2025 a las 09:40

Recupera el mundo perdido

Nos encontramos en un estado de agotamiento colectivo, una suerte de "burnout" societal que Byung-Chul Han diagnosticó con precisión. El mundo que admirábamos, ese bloque de potencias democráticas que se erigía como faro moral, se asemeja ahora a un atleta retirado que se empeña en correr maratones, desgarrándose con cada paso. Su cansancio, su tambaleante andar, lo han vuelto un criadero de monstruos: la xenofobia florece, el odio al migrante se normaliza y la propia decadencia se aplaude como un triunfo.

La democracia liberal, otrora anhelo universal, se ha convertido en una reliquia con ínfimas pretensiones de influencia. Habla de derechos humanos con la efusividad de un predicador, pero los aplica con la torpeza de un cirujano inexperto. Ante la invasión rusa a Ucrania, por ejemplo, infló el pecho, se opuso con vehemencia, y decidido a "dar una lección" a Putin, se autoinfligió heridas que aún supuran. En el caso de Gaza, si bien algunas voces se alzan para condenar las atrocidades, lo hacen con un susurro tímido, cargado de reservas diplomáticas, como si temieran incomodar al elefante en la habitación. Se reconoce el incendio cuando la casa ya se ha reducido a cenizas.

En esta vorágine, se asume con una disciplina casi monástica las cargas económicas y arancelarias impuestas por figuras como Trump, como si la sumisión comercial se hubiera convertido en un nuevo valor universal. Se paga el tributo, se agradece el golpe y se esperan, sumisos, nuevas instrucciones.

En este contexto de agotamiento, el migrante no blanco se ha convertido en el chivo expiatorio perfecto. El discurso de apertura y pluralismo, que alguna vez definió la identidad de estas potencias, se ha transformado en una retórica de miedo y exclusión. Este odio no es un accidente, sino el síntoma de un mundo incapaz de afrontar su propio declive, que proyecta su frustración en el "otro".

Más preocupante aún, en la caída de este mundo que admirábamos, se ha fertilizado el terreno para el resurgimiento del fascismo. Desde el auge de partidos de ultraderecha hasta el culto a figuras que evocan un pasado mítico, este neofascismo se presenta como una solución simple a un mundo complejo, una respuesta seductora para mentes cansadas de la incertidumbre.

Byung-Chul Han probablemente diría que el entramado político actual sufre de un "burnout" crónico: hiperactivo, sobrecomunicado, incapaz de detenerse a reflexionar. Los discursos se multiplican, pero el contenido se diluye. La gestión de la crisis se asemeja a la reorganización de un sótano abarrotado: se cambian las cosas de lugar para simular orden, sin alterar nada esencial. Los valores que definían a ese mundo que admirábamos –pluralismo, dignidad, Estado de derecho– se utilizan con la misma frecuencia que la vajilla de porcelana de la abuela.

En definitiva, la decadencia no se manifiesta como una invasión extranjera, sino como un desgaste silencioso, una incoherencia persistente, una complacencia generalizada y una incapacidad para actuar con decisión. El mundo que admirábamos sigue entrenando para una carrera que ya ha terminado. La única esperanza reside en detenerse, en dejar de impartir lecciones de ética que no se practican y en asumir que recuperar la coherencia es más valioso que preservar la imagen. Pero para ello, se necesita autocrítica y la valentía de decir "no".

Fuente: El Heraldo de México