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11 de agosto de 2025 a las 12:40

México inspira nueva coreografía de Limón

La danza, ese lenguaje universal que trasciende las barreras del idioma, encuentra en la Limón Dance Company un crisol de culturas, un espacio donde la tradición mexicana se fusiona con la vanguardia neoyorquina en un diálogo perpetuo. Desde su génesis en 1946, de la mano del visionario coreógrafo José Limón, esta compañía ha sido un puente entre dos mundos, un testimonio vivo de la riqueza que surge del mestizaje cultural. Por décadas, la identidad latinoamericana de la compañía, ese latido que le otorga una singularidad inconfundible, permaneció en un segundo plano, un eco apenas audible en la narrativa predominantemente estadounidense. Hoy, esa esencia resurge con una fuerza inusitada, impulsada por una nueva generación de artistas mexicanos que no solo reivindican su herencia, sino que la reinterpretan, la reescriben con la tinta indeleble de sus cuerpos en movimiento.

Diego Vega Solorza, coreógrafo sinaloense, se erige como un abanderado de esta renovación, un artista que con su obra Jamelgos no se limita a rendir un homenaje a la tradición, sino que la interroga, la desafía, la transforma. Su propuesta, lejos de la nostalgia y el folclorismo, se adentra en la complejidad de la identidad mexicana en el contexto de una institución estadounidense. Vega Solorza se pregunta, a través del lenguaje visceral de la danza, qué significa crear desde lo mexicano en un escenario globalizado, cómo se negocian las tensiones entre la identidad propia y la ajena, cómo se construye un discurso propio desde la periferia.

Jamelgos, inspirada en la imagen de los caballos desnutridos y abandonados, es un manifiesto en movimiento, una exploración de la vulnerabilidad no como carencia, sino como potencia transformadora. Vega Solorza nos invita a contemplar la fragilidad, la resistencia, la insistencia de la vida que florece incluso en los márgenes. Su coreografía, lejos de la idealización romántica, nos confronta con la realidad cruda, con la belleza que se esconde en las grietas de lo imperfecto.

El estreno mundial de Jamelgos en el prestigioso Joyce Theater de Nueva York, en el marco del 80 aniversario de la Limón Dance Company, no es solo un hito en la trayectoria de Vega Solorza, sino un símbolo de los nuevos tiempos que corren en el mundo de la danza. La inclusión de esta obra en un programa que también incluye piezas emblemáticas de José Limón, como Chaconne y The Emperor Jones, es una declaración de intenciones, una apuesta por la convivencia armoniosa entre la tradición y la innovación, entre el pasado y el presente.

La trayectoria de Vega Solorza, marcada por la migración, la dislocación y la vulnerabilidad, se entreteje con la historia de su propia familia, con la experiencia de su madre, una migrante que trabaja en un restaurante de comida china en Los Ángeles. Esta realidad, tan personal y a la vez tan universal, impregna su obra, le otorga una autenticidad conmovedora, una conexión profunda con las raíces que lo nutren.

La arquitectura, el misticismo, lo ritual, la marginalidad corporal, son algunos de los ejes que vertebran la creación de este coreógrafo que, con tan solo una década de trayectoria, ha logrado posicionarse como una de las voces más prometedoras de la danza contemporánea. Su próxima intervención en la Sala de Bellas Artes, en homenaje al arquitecto Juan O'Gorman, promete ser un nuevo capítulo en esta historia de exploración, de diálogo, de reinvención constante.

La danza de Vega Solorza no se limita a representar, sino que interpela, cuestiona, nos invita a reflexionar sobre las complejidades de la identidad, sobre la fragilidad de la existencia, sobre la belleza que se esconde en los márgenes. Su obra es un testimonio vivo de la potencia transformadora del arte, una invitación a mirar el mundo con nuevos ojos, a escuchar el silencioso lenguaje del cuerpo.

Fuente: El Heraldo de México