
11 de agosto de 2025 a las 09:30
Descubre la Zapata Comunitaria
El legado de Emiliano Zapata resuena con fuerza en el México contemporáneo, no solo como un eco de un pasado glorioso de autogobierno comunitario, sino como un faro que ilumina el camino hacia un futuro más justo. Su lucha, nacida de la defensa de los derechos de su pueblo, Anenecuilco, contra la voracidad de los hacendados porfiristas, trasciende las fronteras del tiempo y se erige como un símbolo universal de resistencia ante la opresión.
La figura de Zapata, elegido por su propia comunidad para defender sus tierras, contrasta profundamente con la imposición del gobernador Pablo Escandón a través del fraude y la represión. Esta elección popular, en la Villa de Ayala, Morelos, marca el inicio de una trayectoria dedicada a la reivindicación de los derechos comunales, un principio que guiaría toda su lucha. Su apoyo inicial a Francisco I. Madero, motivado por la promesa de restitución de tierras plasmada en el Plan de San Luis, se transformó en desencanto ante la inacción del gobierno maderista. La exigencia de rendición incondicional por parte de Madero, sin un compromiso real con la reforma agraria, sembró la desconfianza en Zapata y sus seguidores hacia el poder establecido.
Esta desconfianza, alimentada por la traición a los ideales revolucionarios, los llevó a enfrentarse no solo a Madero, sino también al usurpador Victoriano Huerta y, finalmente, a Venustiano Carranza. A diferencia de otros líderes revolucionarios, Zapata no buscaba el poder ni la riqueza. Su único objetivo, claro y contundente, era la devolución de las tierras a los pueblos despojados. Su lucha era la lucha de los campesinos, por la dignidad y la justicia social.
El triunfo momentáneo sobre Huerta, con el dominio campesino sobre gran parte del territorio nacional, permitió el florecimiento de un breve pero intenso periodo de autogobierno comunitario bajo la Soberana Convención Revolucionaria de Aguascalientes. En este contexto, la utopía zapatista se hizo realidad en Morelos. El poder regresó a los municipios, se crearon Comisiones Agrarias que, con el apoyo de estudiantes de la Escuela Nacional de Agricultura, restauraron los límites de los pueblos originarios usurpados por las haciendas. La milpa volvió a ser el centro de la vida campesina, se reactivó la producción de maíz, jitomate, chile, calabaza y frijol, y el mercado interno floreció.
La visión de Zapata, más allá de la simple restitución de tierras, se plasmó en la expropiación de las haciendas y la creación de fábricas nacionales para la producción de caña de azúcar, generando empleo para los antiguos peones. Este modelo económico, basado en la producción local y el bienestar comunitario, demostró su eficacia, evitando la inflación a pesar de la acuñación de moneda propia. Además, se implementaron políticas sociales como pensiones para viudas y enfermos, y se establecieron comedores públicos, demostrando la profunda preocupación de Zapata por el bienestar de su gente.
La imagen de Zapata atendiendo las peticiones de su pueblo en un antiguo molino de arroz, descrita por John Womack, revela la esencia de su liderazgo: cercano, accesible y comprometido con las necesidades de la comunidad. Su legado, más allá de la gesta heroica, nos invita a reflexionar sobre la importancia de la organización comunitaria, la autogestión y la defensa de los recursos naturales. En un mundo cada vez más desigual, la figura de Emiliano Zapata nos recuerda que la lucha por la justicia social sigue vigente y que la construcción de un futuro más equitativo requiere la participación activa de todos. Su ejemplo, lejos de ser una reliquia del pasado, es una llama que continúa inspirando a quienes luchan por un mundo mejor.
Fuente: El Heraldo de México