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11 de agosto de 2025 a las 12:20

Al borde del abismo

La sombra de la guerra se extendía sobre Europa como una niebla espesa, un presagio ominoso que amenazaba con silenciar el júbilo del deporte rey. A pesar de la creciente tensión, la Copa del Mundo de 1938 se celebró en Francia, una decisión impulsada por Jules Rimet, presidente de la FIFA, casi como un último suspiro de paz antes de la inevitable tormenta. La elección de Francia, en lugar de Argentina, como se había previsto inicialmente, no estuvo exenta de controversia. Este cambio, sumado al contexto político, provocó un boicot liderado por Argentina, al que se unieron Estados Unidos, Costa Rica, Colombia, El Salvador, Uruguay, Guayana Holandesa y, significativamente, México. El Tricolor, ausente también en la edición italiana de 1934, decidió no participar en esta ocasión como una forma de protesta. Imaginen el escenario: un Mundial sin la vibrante presencia de estas selecciones, un torneo marcado por la ausencia, un reflejo de la fragilidad del mundo en aquel momento.

La expansión del Tercer Reich ya se dejaba sentir con fuerza. Austria, anexionada por Alemania en marzo de 1938, desapareció del mapa futbolístico a pesar de haber logrado su clasificación. Sus jugadores, enfrentados a una decisión desgarradora, se vieron obligados a elegir entre su patria desaparecida y la maquinaria propagandística nazi. Algunos, como Raftl, Skoumal, Stroh, Nemer y Hahnemann, se enfundaron la camiseta alemana, mientras que otros, como las figuras de Sindelar y Nausch, se resistieron valientemente, negándose a ser instrumentos del régimen. La selección alemana, a pesar de contar con el talento austriaco, no logró el éxito esperado y fue eliminada por Suiza en octavos de final, en un partido de desempate que terminó con un contundente 4-2. Una derrota que resonó como un pequeño acto de rebeldía en medio de la opresión.

Italia, campeona defensora y abanderada del fascismo de Mussolini, se presentaba como la gran favorita. Su camino hacia la final estuvo marcado por la polémica, especialmente en la semifinal contra Brasil, donde se beneficiaron de un arbitraje cuestionable. La final, contra Hungría, se convirtió en un escenario de tensión política. El público francés, abiertamente hostil a Mussolini, apoyó masivamente a los húngaros. Sin embargo, la "Azzurra" se impuso, convirtiéndose en la primera selección bicampeona del mundo. Un triunfo deportivo empañado por la sombra del fascismo, simbolizado por el saludo nazi que los jugadores italianos realizaron a la tribuna, provocando una sonora rechifla del público francés.

En medio de la oscuridad, brillaba la estrella de Leónidas da Silva, la "Perla Negra" brasileña. Con sus siete goles, se convirtió en el máximo goleador del torneo, dejando una huella imborrable en la historia del fútbol. Su talento deslumbrante ofreció un respiro de belleza en un mundo al borde del abismo.

Las anécdotas de este Mundial son un reflejo de la época. El portero húngaro Antal Szabo, con una ironía mordaz, declaró años después que los cuatro goles que encajó en la final le habían “salvado la vida a 11 personas”, una referencia al destino que posiblemente les hubiera aguardado a sus compañeros de equipo de haber ganado el torneo bajo el régimen fascista.

El Mundial de Francia 1938 fue mucho más que un torneo de fútbol. Fue un espejo de un mundo convulso, un escenario donde el deporte y la política se entrelazaron de forma inextricable, dejando un legado de historias fascinantes, conmovedoras y, sobre todo, imborrables. Un recordatorio de que incluso en los momentos más oscuros, la pasión por el fútbol puede encontrar una manera de brillar.

Fuente: El Heraldo de México