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10 de agosto de 2025 a las 10:00

¿División en Morena?

La descomposición interna de Morena, un fenómeno que evoca el declive del PRD, pero a una velocidad vertiginosa, nos obliga a reflexionar sobre la naturaleza misma de estos movimientos políticos. Observamos una repetición casi exacta de los conflictos, la corrupción y el personalismo, pero en una escala de tiempo comprimida. ¿A qué se debe esta inquietante similitud? La respuesta radica en su origen: ambos partidos no nacieron de una ideología diferenciada, sino de liderazgos caudillescos que buscaban, ante todo, distinguirse del statu quo.

El programa político, en ambos casos, fue una consecuencia, no la causa. La figura del líder, erigida como un nuevo Tlatoani, eclipsaba cualquier debate ideológico. El Frente Democrático Nacional, precursor del PRD, aglutinó un mosaico de partidos con escasa cohesión ideológica, unidos por la figura de Cuauhtémoc Cárdenas y la nostalgia de un pasado idealizado. Compartían una plataforma de causas comunes –democracia, elecciones libres, igualdad–, pero bajo la superficie, las diferencias ideológicas eran profundas e irreconciliables. La relación entre capital y trabajo, la postura frente al poder establecido (negociación versus confrontación) y la visión misma del objetivo del movimiento (acceso al poder versus transformación del Estado) eran temas que generaban fracturas internas.

El PRD, en esencia, era un conglomerado de inconformidades, unido por la ambición de mayor representación política y la figura aglutinadora de Cárdenas. La cultura política interna se basaba en la obediencia al Líder, primero real y luego moral, quien se elevaba por encima de las discrepancias ideológicas. La plataforma de democracia, elecciones libres e igualdad servía como una fachada que ocultaba la falta de un verdadero proyecto común.

Con la llegada de Andrés Manuel López Obrador, el PRD transitó a su segunda era, replicando el modelo de liderazgo personalista. AMLO, un líder pragmático, no moral, desplazó a Cárdenas y se convirtió en el nuevo centro gravitacional del partido. La elección de 2006 y la narrativa del "fraude" consolidaron su figura como el líder despojado, un mártir de la causa. La incorporación de Manuel Bartlett, figura clave en el supuesto fraude de 1988, a las filas del partido, sirvió para minimizar la figura de Cárdenas y consolidar el control de AMLO sobre la narrativa histórica.

El ejercicio del poder, tanto en la Ciudad de México como en otras gubernaturas, expuso las contradicciones ideológicas del PRD. La corrupción se extendió como una plaga, generando una nueva clase de ricos dentro del partido. La distinción entre "moderados" y "radicales" se hizo evidente, y las alianzas con grupos corporativos, el sector privado y, presuntamente, con elementos del crimen organizado, se volvieron moneda corriente.

Morena, el partido creado por AMLO tras su ruptura con el PRD, reprodujo el mismo esquema: el líder como programa. Sin embargo, al desaparecer la figura unificadora del líder, el partido se encuentra a la deriva, sin una brújula ideológica que lo guíe. La ausencia de un sucesor claro, en un partido marcado por el machismo y la misoginia, agrava la crisis. Las figuras femeninas, relegadas a roles secundarios, carecen de la autoridad para imponer un nuevo orden.

La fragilidad de Morena, sumada a la falta de cohesión ideológica y los compromisos adquiridos con diversos actores, incluyendo presuntamente al crimen organizado, hacen prever un escenario de inestabilidad y crisis. La corrupción rampante, la precaria situación de las finanzas públicas y las presiones externas, configuran un panorama sombrío para el país. México se encuentra en una encrucijada, vulnerable a las presiones externas y con un futuro incierto. La descomposición acelerada de Morena no es solo un problema interno del partido, sino una amenaza para la estabilidad del país. Nos encontramos ante una tormenta política de pronóstico reservado, con un desenlace que podría tener consecuencias profundas para el futuro de México.

Fuente: El Heraldo de México