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9 de agosto de 2025 a las 09:15

Indiferencia: ¿El enemigo silencioso de tus derechos?

La sonrisa de un niño, esa expresión pura e inocente de alegría, se está apagando en muchos rincones de nuestro país. La sombra de la violencia, del abuso y de la indiferencia se cierne sobre la infancia, robándoles la luz que merecen. El reciente caso de Fernando, un pequeño de tan solo cinco años secuestrado, torturado y asesinado en el Estado de México por una deuda irrisoria, nos sacude como sociedad y nos obliga a mirarnos en el espejo. Siete días de terror para un niño, siete días en los que el silencio cómplice de vecinos y testigos se convirtió en una sentencia de muerte. Sofía García, en su desgarrador artículo para El Heraldo de México, lo describe como el reflejo de una sociedad rota, enferma. Y tiene razón. No podemos seguir normalizando el horror, no podemos permitir que la infancia se convierta en una víctima silenciosa de nuestras propias fallas.

¿Dónde radica el problema? La respuesta es compleja y multifacética. Por un lado, la responsabilidad del gobierno es innegable. Más allá de la falta de recursos, que sin duda es un factor importante, existe una profunda carencia de sensibilidad y capacidad por parte de muchos gobernantes y legisladores. La infancia aparece en sus discursos, pero no en sus acciones. Las políticas públicas para proteger a los niños, niñas y adolescentes son insuficientes, dispersas y, en muchos casos, inexistentes. El caso de Baja California, que se mantiene en los primeros lugares nacionales en corrupción de menores, es un ejemplo contundente de esta ineficacia. Los datos están ahí, las cifras nos gritan la urgencia de actuar, pero la respuesta sigue siendo tibia, casi inexistente. Un protocolo de protección integral escolar, no una simple guía temporal, es solo una de las muchas medidas que urge implementar.

Pero la responsabilidad no recae únicamente en el gobierno. Nosotros, como ciudadanos, como padres, como madres, como familiares, también tenemos un papel crucial que desempeñar. Primero, debemos atender nuestras propias heridas. Muchos de nosotros fuimos víctimas de violencia en nuestra infancia, y esas experiencias traumáticas, a menudo silenciadas y reprimidas, se convierten en un obstáculo para criar y proteger a las nuevas generaciones. Como en el ejemplo del cinturón de seguridad en el avión, primero debemos protegernos a nosotros mismos para poder proteger a los niños. Reconocer nuestro propio dolor, buscar ayuda profesional y sanar nuestras heridas es el primer paso para romper el ciclo de la violencia.

Segundo, debemos interesarnos activamente por la infancia. Reconocer que los niños, niñas y adolescentes son sujetos de derechos plenos, no meros objetos de protección. Debemos escuchar sus voces, atender sus necesidades y exigir al gobierno que les brinde las herramientas necesarias para su desarrollo integral. Esto incluye, por supuesto, una atención prioritaria a la salud mental, tanto de los niños como de los adultos que los rodean. Una sociedad sana emocionalmente es una sociedad capaz de proteger a sus miembros más vulnerables.

La lucha por la protección de la infancia es una lucha de todos. No podemos permitir que la sonrisa de un niño se apague. No podemos permitir que el miedo y la violencia se conviertan en la norma. Es hora de alzar la voz, de exigir justicia, de construir un futuro donde todos los niños, niñas y adolescentes puedan crecer seguros, felices y con la esperanza de un mañana mejor. La indiferencia es cómplice, el silencio es mortal. El futuro de nuestros hijos está en juego.

Fuente: El Heraldo de México