Logo
NOTICIAS
play VIDEOS

Inicio > Noticias > Derecho

8 de agosto de 2025 a las 09:15

¿Mandato eterno?

La democracia, un concepto tan anhelado como vulnerado, se erige como el pilar fundamental para la convivencia pacífica y el desarrollo de las sociedades. No se trata simplemente de un sistema de gobierno, sino de una filosofía de vida que permea todos los ámbitos, desde lo público hasta lo privado, y que exige la participación activa y responsable de cada ciudadano. Su esencia radica en el respeto irrestricto a los derechos humanos, la libertad de expresión y la alternancia en el poder, principios que, lamentablemente, han sido socavados a lo largo de la historia por regímenes autoritarios que, bajo el disfraz de la democracia, han perpetuado el control y silenciado las voces disidentes.

Tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial, el mundo, conmocionado por los horrores del totalitarismo, se embarcó en una profunda reflexión sobre la importancia de limitar el poder y garantizar las libertades individuales. De esta introspección surgió un nuevo paradigma: la democracia como antídoto contra la tiranía. Este modelo, basado en la participación ciudadana, la pluralidad de ideas y el respeto a las instituciones, se presentaba como la mejor alternativa para construir sociedades justas y equitativas. Sin embargo, la implementación de este ideal no ha sido un camino fácil, especialmente en América Latina, donde la sombra de las dictaduras y el abuso de poder ha persistido, ocultándose tras sutiles mecanismos de control.

En nuestra región, hemos sido testigos de cómo gobiernos, amparados en una supuesta legitimidad democrática, han restringido la libertad de expresión, criminalizado la protesta social y perseguido a la oposición. Estas acciones, que atentan contra los principios fundamentales de la democracia, no solo limitan la participación ciudadana, sino que también generan un clima de miedo e incertidumbre que impide el desarrollo pleno de las sociedades. Las ejecuciones extrajudiciales y las desapariciones forzadas, heridas aún abiertas en la memoria de nuestros pueblos, son un testimonio doloroso de las consecuencias extremas de la concentración del poder y la represión.

Ante este panorama desolador, la Carta Democrática Interamericana, adoptada en el año 2001, se presenta como un faro de esperanza. Este instrumento, fundamental para la defensa de la democracia en la región, establece las obligaciones de los Estados para promover, proteger y garantizar los principios democráticos, estableciendo un marco jurídico para la participación ciudadana, la transparencia y la rendición de cuentas. La Carta Democrática Interamericana no solo define los principios básicos de la democracia, sino que también establece mecanismos para su defensa y promoción, consolidándose como un instrumento esencial para la construcción de sociedades más justas y equitativas.

A pesar de los avances logrados, la democracia en América Latina sigue enfrentando amenazas latentes. La reelección indefinida, una práctica que socava la alternancia en el poder y concentra el control en manos de una sola persona, se ha convertido en un peligro creciente. La Corte Interamericana de Derechos Humanos, en su Opinión Consultiva número 28, ha señalado la incompatibilidad de la reelección indefinida con los principios de la Carta Democrática Interamericana, argumentando que esta práctica atenta contra el ejercicio efectivo de la democracia y fomenta la perpetuación del poder.

La defensa de la democracia es una tarea permanente que exige la participación activa y comprometida de todos los ciudadanos. Debemos estar alertas ante cualquier intento de socavar las libertades fundamentales y denunciar enérgicamente los abusos de poder. La educación en valores democráticos, el fortalecimiento de las instituciones y la promoción de la cultura de la legalidad son pilares esenciales para consolidar la democracia en nuestra región y construir un futuro más justo y equitativo para todos. El camino hacia la democracia plena es un proceso continuo que requiere constancia, vigilancia y, sobre todo, el compromiso inquebrantable de cada uno de nosotros.

Fuente: El Heraldo de México