
8 de agosto de 2025 a las 09:15
Justicia para Mateo
La tragedia de Fernandito nos golpea en el rostro con la crudeza de una realidad que preferiríamos ignorar. Un niño de cinco años, arrancado de los brazos de su madre por una deuda de mil pesos. Mil pesos. Una cantidad irrisoria que se convirtió en el precio de una vida. Una vida llena de promesas truncadas, de risas silenciadas, de un futuro robado. ¿Cómo es posible que en un país que se precia de su riqueza cultural y su calidez humana, un niño pueda ser tratado como una mercancía, como una garantía de pago?
La indignación hierve en nuestras venas al conocer los detalles de su calvario. Secuestrado, torturado, asesinado. Palabras que se nos atragantan en la garganta, que nos cuesta pronunciar. Un niño de cinco años, sometido a vejaciones inimaginables, abandonado a su suerte en una casa de lámina, a pocas cuadras de su hogar. Un hogar que se convirtió en una trampa mortal, en un símbolo de la desesperación y la impotencia.
Y lo más desgarrador es el silencio cómplice de quienes lo rodeaban. Los vecinos que escucharon sus gritos, que presenciaron su martirio, y que decidieron mirar hacia otro lado. La comunidad que no se movilizó, que no alzó la voz para defender a uno de los suyos. Las autoridades que tardaron siete días en reaccionar, siete días que se convirtieron en una eternidad para Fernandito.
Tres personas han sido detenidas, pero la responsabilidad de esta atrocidad no recae únicamente sobre ellos. Fernandito fue víctima de un sistema que falla, de una sociedad que se desmorona, de una indiferencia que nos corroe por dentro. Fue víctima de la pobreza, de la desigualdad, de la violencia que se ha normalizado en nuestro país.
Su muerte nos obliga a mirarnos en el espejo y a preguntarnos qué estamos haciendo mal. ¿Cómo hemos llegado a un punto en el que la vida de un niño vale menos que mil pesos? ¿Qué podemos hacer para romper este círculo vicioso de violencia e impunidad?
El caso de Fernandito no es un hecho aislado. Es un síntoma de una enfermedad que nos aqueja como sociedad. Es un llamado de atención que no podemos ignorar. Debemos exigir justicia para Fernandito, pero también debemos exigir un cambio profundo, un cambio que nos permita construir un futuro en el que ningún niño tenga que sufrir lo que él sufrió. Un futuro en el que la infancia sea sinónimo de alegría, de protección, de esperanza.
Mientras tanto, la sombra de Fernandito nos perseguirá, recordándonos la fragilidad de la vida y la urgencia de actuar. No podemos permitir que su muerte sea en vano. Debemos honrar su memoria luchando por un México más justo, más humano, más digno para todos nuestros niños.
Y en Toluca, la situación no es menos preocupante. El alcalde Ricardo Moreno insiste en negar la presencia del crimen organizado, pero los hechos hablan por sí solos. Casas de seguridad, armas, droga, secuestros, un cadáver en una cisterna. La realidad que se vive en las calles contradice el discurso oficial. La capital mexiquense se ha convertido en un escenario de violencia e inseguridad, y las autoridades parecen incapaces de contener la ola delictiva. El operativo que desmanteló al grupo "Los Alpha" es una prueba irrefutable de la presencia del crimen organizado en la ciudad, y una muestra de la ineficacia de las políticas de seguridad implementadas por el municipio. La ciudadanía se siente abandonada, a merced de la delincuencia, mientras las autoridades se enfrascan en una retórica que ya no convence a nadie. Es urgente que se tomen medidas contundentes para recuperar la paz y la tranquilidad en Toluca, antes de que sea demasiado tarde.
Fuente: El Heraldo de México