
7 de agosto de 2025 a las 04:25
Justicia por mano propia en Ocosingo
La tensión se palpaba en el aire del ejido Cristóbal Colón, municipio de Ocosingo, Chiapas. El pasado 3 de agosto, el rumor de la extorsión se convirtió en grito de hartazgo. Dos sujetos, aparentemente familiares, sembraban el miedo entre los comerciantes locales, exigiendo el infame "derecho de piso" desde la aparente impunidad de un automóvil blanco. Recorrían las calles como si fueran dueños de ellas, dejando a su paso la semilla de la incertidumbre y el temor. Muchos se preguntaban, ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo tendríamos que soportar esta sangría, este abuso constante?
El cansancio acumulado, la impotencia ante la amenaza constante, se transformó en un clamor unánime: ¡Basta! Los comerciantes, cansados de ver mermados sus ingresos, de vivir bajo el yugo de la extorsión, decidieron tomar cartas en el asunto. Se organizaron, urdieron un plan, y esperaron el momento oportuno. Como una jauría acorralando a su presa, rodearon el vehículo blanco. La furia contenida explotó. Con una fuerza descomunal, sacaron a los dos sujetos del automóvil. Los golpes resonaban en las calles, un eco de la rabia acumulada durante tanto tiempo. No era solo una golpiza, era un desahogo colectivo, un grito desesperado de justicia.
Los arrastraron hasta el centro del ejido, convirtiendo la plaza pública en un improvisado tribunal. Frente a la mirada expectante de todos los habitantes de Cristóbal Colón, los desnudaron. Un acto simbólico de despojo, no solo de sus ropas, sino también de su poder, de la falsa autoridad que pretendían ejercer. Los azotes continuaron, cada uno de ellos una respuesta a las amenazas, a las extorsiones, al miedo sembrado. Finalmente, los ataron a postes, convirtiéndolos en un escarmiento público.
El silencio se apoderó de la plaza, solo interrumpido por los sollozos del más joven. En un acto de desesperación, con la voz entrecortada por el miedo, prometió no volver a delinquir. Sus palabras resonaron en el aire, un eco de arrepentimiento que, sin embargo, no podía borrar el daño causado. La amenaza de linchamiento flotaba en el ambiente, un recordatorio palpable de las consecuencias de sus actos.
La llegada de las autoridades ejidales puso fin al linchamiento inminente. Rescataron a los supuestos extorsionadores, llevándose consigo la incertidumbre. ¿Se hará justicia? ¿Se investigarán a fondo las acusaciones? ¿O este acto de justicia popular quedará impune? Las preguntas flotan en el aire de Cristóbal Colón, un ejido que se atrevió a desafiar la impunidad, un pueblo que clama por justicia y seguridad. La historia, sin embargo, no termina aquí. El eco de los acontecimientos del 3 de agosto resonará por mucho tiempo en las calles de Cristóbal Colón, un recordatorio constante de la lucha de un pueblo por su tranquilidad.
Fuente: El Heraldo de México