¡Increíble pero cierto! La resaca del fin de semana seguramente le trajo a este brasileño más que un simple dolor de cabeza. Imaginen la escena: el sol de la mañana apenas despuntando, la adrenalina a flor de piel entre los corredores, el inconfundible aroma a linimento deportivo flotando en el aire… y de repente, entre la multitud de atletas perfectamente equipados, aparece él. Un hombre, visiblemente desorientado, con chanclas en los pies y un andar un tanto… inestable. No llevaba dorsal, ni ropa deportiva, ni siquiera la expresión de concentración que caracteriza a los maratonistas.

La confusión en su rostro se disipó en cuanto sonó el disparo de salida. Casi por inercia, impulsado quizás por la masa de corredores a su alrededor, comenzó a correr. Y no solo a correr, ¡a competir! Con una determinación digna de un atleta olímpico (o quizás impulsada por alguna fuerza etílica aún presente), este improvisado maratonista se unió a la carrera.

La imagen es, sin duda, pintoresca. Mientras los demás participantes lucían sus zapatillas de última generación, él se abría paso con sus humildes chanclas. Mientras los demás hidrataban sus cuerpos con bebidas isotónicas, él, bueno, digamos que su hidratación previa probablemente había sido de otra naturaleza.

Pero lo más sorprendente de todo es que, contra todo pronóstico, ¡nuestro héroe en chanclas empezó a adelantar a otros corredores! Sí, leyeron bien. Con una zancada tambaleante pero constante, fue dejando atrás a competidores que seguramente llevaban meses entrenando para la prueba. La sorpresa entre el público y los demás participantes era palpable. Risas, incredulidad, admiración… un cóctel de emociones recorría la atmósfera.

Ocho kilómetros después, nuestro protagonista cruzó la meta. Agotado, seguramente con una sed monumental, pero victorioso. Y la victoria no solo fue por haber completado la carrera en un estado, digamos, poco convencional, sino por haberlo hecho con una actitud admirable. Tanto así, que los organizadores, aún sin salir de su asombro, decidieron premiarlo con una medalla. Una medalla que, sin duda, se convertirá en una anécdota legendaria para contar en las reuniones familiares.

Esta historia, más allá de lo anecdótico, nos invita a reflexionar. ¿Sobre la importancia de la hidratación? ¿Sobre los efectos del alcohol? Quizás. Pero también nos habla de la imprevisibilidad de la vida, de la capacidad del ser humano para sorprendernos, y de la importancia de tomarse las cosas con humor. Al fin y al cabo, ¿quién necesita zapatillas de última generación cuando se tiene la determinación (y quizás un par de copas de más) para conquistar una maratón? Este brasileño, sin saberlo, se convirtió en un símbolo de la perseverancia, aunque sea una perseverancia un tanto… accidentada. Y eso, amigos, merece una medalla. ¡Salud por el héroe de las chanclas!