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6 de agosto de 2025 a las 09:20
Ucrania: La maleta, mi hogar.
La vida en Ucrania ha dado un giro drástico. Lo que antes eran simples rutinas, como un paseo por el parque o planear unas vacaciones, ahora se han convertido en lujos inalcanzables. En el mejor de los casos, estas actividades se realizan bajo la sombra constante de las sirenas antiaéreas y el zumbido amenazante de los drones. La cotidianidad se ha transformado en una espera angustiosa, una suspensión en el tiempo marcada por la incertidumbre.
Anna Trushova, productora de medios, defensora de los Derechos Humanos y especialista en Comunicaciones, nos compartió su experiencia desde el corazón de Ucrania. "Al principio, la vida parecía estar en pausa, suspendida por la guerra", relata. "Pero los ataques rusos se volvieron cada vez más crueles. Ahora, nuestra única motivación es sentirnos útiles para nuestro país". Esta sensación de propósito, de contribuir a la resistencia, se ha convertido en el motor que impulsa a muchos ucranianos en estos tiempos oscuros.
Para Anna, esposa de un militar y madre de dos pequeños de 4 y 6 años, la vida ha adquirido una nueva dimensión. Su misión social, su participación en el Centro para las Libertades Civiles, se entrelaza con su rol fundamental como madre: proteger a sus hijos de la crudeza de la guerra y preservar, en la medida de lo posible, la ilusión de una infancia normal. "Mi principal objetivo es que mis hijos no sientan que han perdido su infancia", afirma con determinación. Una tarea titánica en un país asediado, donde la normalidad se ha convertido en un recuerdo lejano.
Desde Kyiv, Anna evoca las palabras de una amiga poeta: "Mi casa es una maleta". Una frase que resume la realidad de miles de familias ucranianas, obligadas a desplazarse, a vivir con lo puesto, con la incertidumbre constante de no saber dónde pasarán la noche siguiente. La amenaza es palpable, omnipresente. "Hemos visto cómo un solo dron Shahed puede arrasar un piso entero", cuenta Anna. "En un ataque reciente contra Kyiv, lanzaron 80 drones sobre la ciudad".
Anna recuerda vívidamente el último bombardeo que sufrió junto a su familia, el 4 de julio, antes de tomar la difícil decisión de mudarse al oeste de Ucrania. "Estábamos en el barrio Solomianskyi, en Kyiv, cuando sonó la alarma. Pensamos que no habría tantos drones y que podríamos pasar la alerta en el baño". Pero la realidad superó sus expectativas. A través de un canal de Telegram, vieron cómo la mayoría de los drones se dirigían hacia su barrio. "No venían sueltos, sino en enjambres, como avispas: cinco juntos".
En medio del caos, con su marido de vacaciones, Anna y su familia se vieron obligados a huir bajo una lluvia de explosiones. "A pesar del miedo, intenté mantener la calma y asegurarles a mis hijos que todo estaría bien", relata. Se refugiaron en un colegio cercano, a solo cinco minutos de su hogar, junto a otras personas heridas y aterrorizadas. Las explosiones continuaban, cada vez más cerca. "Un hombre con la cabeza sangrando, una mujer en bata de noche… la gente entraba corriendo al refugio, presa del pánico". La tensión era insoportable. Luego supieron que un dron había impactado a escasos 40 metros del refugio. "Pensamos que habíamos perdido nuestra casa".
El humo invadió el refugio, provocando tos y asfixia. Afuera, los tanques de gasolina de los coches estacionados explotaban uno tras otro. Al cesar la alarma, Anna salió del refugio y se encontró con una escena dantesca. "Parecía una película de horror", describe. Esa noche, decidieron huir a un lugar más seguro, al oeste de Ucrania, con escala en Lviv. Pero la pesadilla no había terminado. En Lviv, se encontraron con el mayor ataque combinado desde el inicio de la guerra. Anna y sus hijos, solos esta vez (su marido había regresado al servicio), se refugiaron en un paso subterráneo de la estación de trenes, mientras los drones Shahed explotaban cada tres minutos. "Fue una repetición aterradora de lo vivido en Kyiv", recuerda.
Desde su labor social, Anna ha producido varios cortometrajes, documentando las historias de civiles secuestrados por las fuerzas rusas. Uno de ellos narra la historia de Victoria Andrusha, una maestra de 24 años, secuestrada en su propia casa. "El Centro para las Libertades Civiles documenta estos casos", explica Anna. "Se trata de civiles, una categoría especial de personas que, según los Convenios de Ginebra, no pueden ser tomadas como prisioneras. Obreros, docentes, activistas, profesionales… Hay cientos de casos".
Anna y su equipo trabajan incansablemente para lograr la liberación de estos civiles. "Recopilamos información, brindamos defensa legal y compartimos estas historias con periodistas para que el mundo sepa lo que está sucediendo", afirma. "El mundo tiene que ver la verdadera cara del mal".
Más de siete mil civiles ucranianos se encuentran en cautiverio en Rusia, en condiciones inhumanas. "Están hacinados en celdas minúsculas, sin asistencia sanitaria, sometidos a torturas y aislamiento absoluto", denuncia Anna. Ante la posibilidad de negociaciones con Rusia, Anna y otras organizaciones lanzaron la campaña "People First", exigiendo la liberación de todos los civiles y militares ucranianos en cautiverio como condición previa a cualquier acuerdo de paz. "Ucrania es la línea de defensa del mundo libre", concluye Anna. "Su bastión". Una declaración que resume la resistencia y la determinación de un pueblo que lucha por su supervivencia y por la libertad.
Fuente: El Heraldo de México