
6 de agosto de 2025 a las 09:25
Felguérez: La gramática del arte
El silencio, ese territorio vasto e inexplorado, se convierte en la materia prima de Manuel Felguérez. No un silencio vacío, sino uno preñado de significados, un silencio que grita, que murmura, que dialoga en un lenguaje críptico y fascinante. Sus composiciones, como ecos de un mundo interior profundo, nos invitan a descifrar sus misterios, a adentrarnos en un universo donde la pausa es tan elocuente como la palabra, donde el umbral entre lo dicho y lo no dicho se convierte en el espacio de la creación. Esta liturgia atávica, este vínculo entre bocas que musitan sin emitir sonido, se manifiesta en la exposición “Irrupción Manuel Felguérez. Donación Mercedes Oteyza”, una muestra imprescindible para comprender la magnitud de su obra.
La propuesta curatorial de Lilia Prado Canchola, con una visión excepcional, nos presenta a un Felguérez en constante diálogo con el lenguaje, explorando la mancha como génesis de la expresión, como ese primer trazo que da origen a un universo de signos e impresiones. Los títulos de las obras, como pistas sutiles, nos guían en este viaje de descubrimiento, revelando la obsesión del artista por la comunicación, por la búsqueda de un código compartido que nos permita conectar con su mundo interior. No se trata de una simple representación de la realidad, sino de una interpretación personal, una reconfiguración de lo visible a través del prisma de su propia experiencia.
Felguérez nos propone enigmas visuales, acertijos plásticos que desafían nuestra percepción y nos invitan a participar activamente en el proceso creativo. No hay una única solución, no hay una verdad absoluta, sino múltiples interpretaciones que enriquecen la experiencia estética. La sensualidad del movimiento, la intensidad del color, la composición al borde del manierismo, son los elementos que componen este lenguaje visual tan particular, tan cautivador. Un equilibrio desesperante, mágico e incomprensible, que se aleja de la repetición y la complacencia, tan comunes en algunos artistas consagrados.
Al igual que la "generación de la ruptura", Felguérez trasciende el pasado sin renegar de él, abriendo nuevos caminos para la expresión artística. Su obra, de una universalidad innegable, se nutre de sus raíces mexicanas, creando un lenguaje propio que trasciende las fronteras geográficas y temporales. Vive con intensidad el ser hacedor de formas, al igual que Fernando García Ponce, otro gran artista que merece un reconocimiento más amplio. Ambos comparten esa pasión por la experimentación, por la búsqueda de nuevas formas de expresión, por la creación de armonías plásticas que nos conmueven y nos interpelan.
Felguérez, lejos de la trivialidad que a veces rodea la abstracción, se sumerge en las profundidades de su propio ser, explorando las huellas de la memoria, los límites de la creación, la fragilidad de la existencia. Su obra es un reflejo de su constante evolución, de su búsqueda incesante de nuevas formas de expresión. Como él mismo afirma: “Quisiera hacer la forma, mas ya no la forma en el espacio sino la forma que crea espacio”. Una declaración de principios que define su visión artística y su compromiso con la innovación.
Finalmente, es importante destacar la labor de Emilio Payán, director del Munae, cuya gestión ha sido fundamental para la difusión y el reconocimiento de la obra de Felguérez. Un gestor y crítico notable, con una visión propia que también merece ser explorada. Su sensibilidad y su compromiso con el arte han contribuido a enriquecer el panorama cultural de nuestro país.
Fuente: El Heraldo de México